12.7.06

¿Felicitaciones Adelantadas? (Publicado en Excelsior, 12/07/06)

Los gobiernos mexicanos del siglo XIX, así como aquellos emanados de la Revolución previos a su ‘institucionalización’, tenían como objetivo central de su política exterior lograr el reconocimiento de su mandato por parte de gobiernos extranjeros, particularmente el de Estados Unidos. El reconocimiento estadounidense era perseguido y concertado con desesperación. Estados Unidos tenía en este acto una útil herramienta de negociación informal. Para los gobiernos mexicanos, el reconocimiento de los Estados Unidos les dotaba de un manto de legitimidad internacional del que carecían domésticamente. Asimismo, era una señal inequívoca de fortaleza frente a los adversarios políticos nacionales, se asumía que el vecino del norte apoyaría al gobierno reconocido en caso de un conflicto interno o que al menos no apoyaría a sus adversarios.

Por supuesto, México no era una democracia y el acceso al poder se definía las más de las veces por las armas. En contraste, bajo sistemas democráticos el reconocimiento internacional a los gobiernos entrantes es tácito, no se cuestiona su legitimidad política, ni su cualidad de actor internacional. El acto subjetivo de reconocimiento es suplantado por un acto meramente protocolario de felicitación del candidato ganador. Nada menos controversial.

El detalle está en definir cuándo es un candidato ganador. En este México postelectoral todo entra a debate. Las felicitaciones a Felipe Calderón por parte de algunos gobiernos extranjeros, especialmente en los casos de Estados Unidos y España, generaron reacciones encontradas. Por un lado, se puede concluir que el conteo distrital por parte del IFE y el mensaje oficial dado por su Consejero Presidente permitían ya felicitar al candidato con la mayor cantidad de votos. Por otro lado, se puede argumentar que mientras el TRIFE no califique la elección y entregue la constancia de mayoría al candidato ganador, cualquier felicitación internacional es prematura.

Detalles meramente coyunturales. En la elección del 2000, Bill Clinton felicitó vía telefónica a Vicente Fox el 4 de julio mientras que el TRIFE le entregó la constancia de mayoría hasta el 2 de agosto. Me puede fallar la memoria, pero no recuerdo que aquella ocasión alguien hubiera alzado la voz en protesta por la felicitación estadounidense previa a la calificación legal de la elección.

Las diferencias son obvias. En primer lugar, esta fue una elección mucho más cerrada en la que la ventaja de 0.64% podría potencialmente modificarse. En segundo lugar, existen consecuentemente mayores reticencias a aceptar una posible derrota y cualquier señal de ésta. Finalmente, el respaldo por parte del gobierno estadounidense es fácilmente acomodable en la división ideológica de los dos candidatos que se pelean todavía la Presidencia. Estamos pues excesivamente susceptibles.

Ahora bien, la sobrada sensibilidad aunque entendible, no es prudente. Por una parte, invita a los gobiernos de otros Estados a pronunciarse sobre debates enteramente domésticos. Por otra parte, les obliga a enviar señales involuntarias. Así, la declaración del vocero del gobierno de Estados Unidos con relación a que se reconocería al ganador en caso que se reviertan las tendencias actuales, aunque inevitable, se agrega a un momento incierto, y evidencia los huecos discursivos del Consejero Presidente del IFE.

El reclamo a otros gobiernos era innecesario, las felicitaciones internacionales no modifican la voluntad expresada en los votos. Esa sí sería una teoría insostenible de complot.

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