28.6.06

El Espejo Latinoamericano (o la Pesadilla Bolivariana) (Publicado en Excelsior, 28/06/06)

La política es el espacio de lo público, el mecanismo convenido para dirimir los conflictos colectivos. La política es también un mundo de artificios, divisiones simuladas, clasificaciones de caricatura, mundito binario: bueno/malo, cierto/incierto, izquierda/derecha. Uso rutinario de etiquetas, acusaciones, dedos histéricos que señalan fantasmas. Yo acuso bullicioso y repetido. Sin polarizaciones no hay diferencias visibles, que definan un ‘yo’ distinto al ‘otro’. Ventanas a la furia y la intolerancia. Imposible hablar hoy del proceso electoral en México sin que a alguien le salten las venas y la lengua, repetición exacta de discursos, spots y slogans.

Simple normalidad democrática. Certidumbre en los medios, incertidumbre en los resultados. Saludable formación de preferencias individuales y su agregación. Ni bueno ni malo absolutos, esas son categorías maniqueas de estrategas de campañas. Esos argumentos tienden a ser pueriles aunque se incrusten necios en los editoriales nacionales. Desde la democracia se juzga al oponente como un peligro, una colección de mesianismo e incertidumbre, leviatán de tinieblas que nos hará peder la casita a crédito que con tanto trabajo hemos comprado.

En este proceso de categorizaciones y miedos infantiles, como pocas veces, América Latina ha servido de espejo político para los mexicanos. Ha habido antes procesos políticos paralelos en la región. El descalabro de las ilusiones post-independentistas que se desvanecieron bajo la voluntad de los primeros tiranos latinoamericanos, Juan Manuel de Rosas en Argentina, Gaspar Rodríguez de Francia en Paraguay, o Antonio de Santa Ana en México. Algo similar sucedió con el nacimiento de las aspiraciones nacionales modernas, los estados latinoamericanos buscando su sitio en el siglo veinte, el nuevo estado (y el viejo esquema de liderazgo personal): Lázaro Cárdenas en México, Getulio Vargas en Brasil, y Juan Domingo Perón en Argentina.

Hoy la referencia es ambivalente. La región se ha movido hacia la izquierda, pero la izquierda es un techo que da cabida a gobiernos disímiles. Los ejemplos prototípicos son claros. Chile bajo el gobierno de Ricardo Lagos, políticas económicas eficientes y socialmente responsables. En contraste, Hugo Chávez y el mundo alucinado de enemigos y complots, liderazgo político construido fuera del sistema de partidos, basado en la polarización y el dispendio público.

En México el espejo latinoamericano se volvió pesadilla bolivariana. Nos advierten coléricos que México está a punto de convertirse en víctima de su miopía, ciudadanos-Ulises susceptibles al canto de sirenas bolivarianas. Comparaciones torpes. No hay elementos que nos permitan siquiera trazar paralelos entre las posiciones de política pública de López Obrador y las acciones de gobierno de Hugo Chávez o Evo Morales. Todo se reduce a las formas, atributos personales. Atajos intelectuales, análisis hechos sólo de adjetivos.

Hay otros espejos latinoamericanos. Vivimos hoy en la región por primera vez bajo regímenes democráticos que se encaminan hacia la consolidación, pero que adolecen de problemas institucionales que inhiben su efectividad gubernamental. No hay mejor preventivo para las tentaciones populistas que sistemas de partidos funcionales, democracias con la capacidad de gobernar y, por supuesto, gobiernos que atiendan prioritariamente a las poblaciones marginadas del desarrollo, en una región caracterizada por la desigualdad económica y la pobreza.

21.6.06

Mundo Futbolero (Publicado en Excelsior, 21/06/06)

Es una banalidad. Es también una condena. El fútbol se contagia y no hay aspirina que valga, queda sólo envidiar a quienes han logrado mantenerse al margen de partidos, nombres, estadísticas, rankings y escenarios de clasificación. Es el encuentro maniqueo de un juego y las identidades nacionales. Nadie en su sano juicio podría decir que esos 11 jugadores representan efectivamente un país, pero pocos podrán evitar sentir su parte de alegría o amargura nacional si el equipo gana o pierde. El mundial de fútbol es una perversión patriotera. Una paradoja, “el mundo unido por un balón” y las pasiones identitarias encendidas.

Una obviedad: la Copa Mundial se disputa entre equipos que representan países. ¿Pero es un país un Estado o una Nación? ¿Quién tiene entonces derecho a presentar un equipo nacional? La pregunta no es inútil, el fútbol tiene sus rarezas. Por ejemplo, en los Juegos Olímpicos la Gran Bretaña tiene un comité nacional, mientras que en la FIFA tiene distintas federaciones, Inglaterra, Escocia y Gales. Del mismo modo hay naciones que juegan en equipos únicos, era el caso de la Unión Soviética y es el caso en este mundial de Serbia y Montenegro que presentaron un equipo único justo en el momento en que Montenegro votó por su independencia.

El fútbol redime. El mundo es un lugar asimétrico y anárquico. La distribución de capacidades militares y económicas es desigual. Distinción entre ricos y pobres, fuertes y débiles, poderes hegemónicos y poderes satélites. El fútbol es fuente de espejismos, dominio ilusorio pero visible, vivible. El fútbol suple carencias. Motivo histórico de orgullo (y tragedia) nacional en Brasil, Argentina y Uruguay, el fútbol ha enaltecido también a países como Camerún, Croacia, Nigeria, Paraguay o Ghana. El débil se contenta de goles. Respuesta psicológica a la historia. Alternativa a los resentimientos y las rivalidades, por años el mexicano encontró en el fútbol y su dominio sobre Estados Unidos un respiro a sus debilidades y dependencias. También sobregirados son lo traumas, ¿quién ha superado el triunfo 2-0 de Estados Unidos sobre México en el mundial del 2002?

El fútbol es combate, somatización de conflictos. El ejemplo más notorio fue la llamada ‘Guerra del Fútbol’ entre El Salvador y Honduras en 1969, durante el proceso de clasificación para el Mundial México 1970. Por supuesto, el fútbol no fue causa de guerra, fue su epílogo. Existía entre ambas naciones una historia de conflicto creciente sobre temas migratorios y fronterizos que se agudizó a consecuencia de los partidos de ida y vuelta entre ambos países que dejaron como saldo 13 muertos. Una semana después del último partido, la guerra había iniciado. El conflicto armado duró 6 días, tuvo un saldo de 2,000 muertos y El Salvador clasificó al mundial.

El fútbol refleja y genera tensiones. Rivalidades pegajosas e inevitables. El grito incómodo de la afición mexicana “¡Osama! ¡Osama!” hacia los jugadores estadounidenses en el juego de clasificación a los juegos olímpicos del 2004. El equipo israelí que juega el torneo de clasificación en Europa y no en Asia como el resto de países de la región. La carga emocional de los juegos entre ex-colonizadores y ex-colonizados (i.e. Portugal-Angola, Francia-Senegal), lo mismo que entre ex-rivales de guerra (i.e. Corea del Sur-Japón, Inglaterra-Argentina).

Por supuesto, el fútbol no afecta el orden mundial ni las relaciones entre Estados. Sin embargo, lo opuesto es posible, las relaciones internacionales contextualizan y el fútbol les provee de entradas, cauces, síntomas y mutaciones. Es sólo un juego.

14.6.06

Crecimiento Económico y Democracia (Publicado en Excelsior, 14/06/06)


Al tiempo que América Latina tiene por primera vez en su historia un claro perfil democrático, leemos los resultados de encuestas en las que se nos dice que los ciudadanos no encuentran en la democracia un régimen que resuelva necesidades cotidianas, que derive en crecimiento económico, en suma, que incremente el ingreso de sus habitantes. La conclusión inmediata es una sospecha: los ciudadanos añoran regímenes autoritarios en los que a falta de democracia se proveía al menos de crecimiento.

¿Existe alguna relación entre el régimen político y el desempeño económico de los países? Existen argumentos en ambos sentidos. Por una parte, se ha dicho que los países autoritarios crecen más porque tienen mayor capacidad de movilizar sus recursos productivos, mientras que las democracias son más vulnerables a las presiones distributivas de su población. Por el otro lado, se ha dicho lo opuesto, que las democracias crecen más que las autocracias porque tienen mayor necesidad de proveer bienes públicos y mayor credibilidad para comprometerse a seguir políticas macroeconómicas disciplinadas.

Los ejemplos para ambas posiciones abundan. Taiwán, Corea del Sur, Malasia, Singapur y China son economías que crecieron extraordinariamente bajo regímenes autoritarios. Por otra parte, España, Grecia, Portugal, Irlanda y los países escandinavos son economías que crecieron dramáticamente bajo sistemas democráticos. ¿Entonces? Adam Przeworki nos dice que en efecto, no existe una relación entre democracia y crecimiento. Las democracias no crecen más que los regímenes autoritarios, pero ambos sistemas crecen de manera diferente. Las democracias son más productivas en el uso del capital, mientras que las autocracias son más productivas en el uso del trabajo.

Ahora bien, no hay diferencias en crecimiento promedio pero sí hay diferencias en los rangos de desempeño. El premio Nobel de economía Amartya Sen no dice que mientras las democracias se parecen más entre sí en términos de crecimiento, la experiencia de los regímenes autoritarios es muy diversa. La conclusión de Sen es simple: la democracia es un seguro contra desastres económicos, no ha habido en toda la historia una sola democracia con hambruna.

Por su parte, Przeworski concluye algo similar pero en dirección opuesta. Los países que crecen más y se vuelven en consecuencia más ricos no transitan hacia la democracia, pero la riqueza sí afecta las posibilidades de sobrevivencia de las democracias. La conclusión de Przeworski es rotunda: la riqueza es un seguro contra desastres políticos, no ha habido una sola democracia que deje de serlo con un PIB per cápita por arriba de los 6,050 dólares reales (el PIB per cápita de Argentina en 1976).

Así, la democracia no implica crecimiento, ni el crecimiento implica democracia, pero ambos se protegen mutuamente. Democracia y desarrollo son fines deseables, en conjunto. Podemos afirmar sin recato que independientemente del desarrollo, la democracia es un bien, el único régimen que garantiza derechos y libertades individuales y coloca al Estado en una relación de dependencia política respecto a todos sus ciudadanos. En cambio, ¿Podemos afirmar sin reparos que independientemente del régimen político, el desarrollo es un bien? De qué vale crecer si no se acompaña de la libertad para ejercer todas las potencialidades individuales. El reto de las democracias latinoamericanas es doble: generar políticas de crecimiento equitativo con las herramientas políticas de la democracia y romper el vínculo que asocia fracasos económicos con fracasos democráticos.

6.6.06

¿Homosexuales o ciudadanos? (Publicado en Excelsior, 07/06/06)

George Bush regresó a las andadas. Como estrategia para recuperar el apoyo de la base conservadora que reprobó su iniciativa de reforma migratoria, Bush toma ahora (por tercera ocasión), la bandera de la lucha en contra del matrimonio gay. En su discurso del pasado lunes Bush declaró sin pudor que el asunto “necesita ser alejado de los jueces excedidos y regresado a donde pertenece, a las manos del publico estadounidense”. De acuerdo con el Presidente Bush sólo una enmienda constitucional que prohíba el matrimonio gay puede “proteger por completo al matrimonio”. Esto claro, dado que el matrimonio entre un hombre y una mujer es la base de la familia y la civilización. Mueves un tabique y se nos cae entero el edificio civilizatorio.

Lo que Bush nos dice es que el matrimonio es un asunto moral, que debe por tanto ser definido y restringido a partir de su valoración social. Lo que a Bush se le olvida es que el Estado democrático es un agente legal, no moral. Por supuesto, las leyes tienen sustentos éticos, pero ética y moral no son la misma cosa. La moral describe el conjunto de valores conductuales de una colectividad, la ética explora y cuestiona los fundamentos de dicho conjunto. La propuesta de Bush no es ética en tanto impone una concepción única de moralidad. La suya es una propuesta de moralidad religiosa, no de ética legal.

El matrimonio gay es un asunto de Estado, no de moralidades. Si todos los ciudadanos de un Estado democrático son iguales ante la ley, la preferencia sexual no debe ser un criterio que niegue dicha igualdad. El problema radica en la incapacidad para separar lo que es moralmente debatible y lo que es legalmente injusto. La Suprema Corte de Justicia de Massachussets afirmó “…sin el derecho a elegir con quién casarse, a las parejas del mismo sexo no sólo se les niega plena protección legal, sino que son excluidas de la experiencia humana plena”. En otras palabras, no se puede estar en contra del matrimonio gay sin consentir al mismo tiempo que hay ciudadanos de segunda clase y que el valor de un ser humano es relativo a sus atributos.

Así, desde el Estado el matrimonio es la unión legal de dos adultos que consienten en sus afectos y sus implicaciones legales. La ironía es obvia. Si la propuesta de Bush niega toda unión legal entre personas del mismo sexo, esto implica derechos desiguales. Por otra parte, si restringe el matrimonio a parejas heterosexuales, pero permite uniones civiles a parejas homosexuales, ello implica que podemos distinguir entre elementos legales y morales del matrimonio, y lo que es peor, pondría al Estado democrático como garante de los segundos. A eso en mi pueblo le dicen fundamentalismo.

La buena noticia es que la propuesta de Bush no prosperará. Para una enmienda constitucional se requiere el voto a favor de dos terceras partes de la Cámara de Representantes, el Senado y los estados de la Unión. Los demócratas se han manifestado ya en contra, y sin ellos no hay posibilidades. Así, el asunto regresará a las Cortes judiciales, tradicionales válvulas de escape a la presión moralizante. La mala noticia es que en México el tema ni se debate seriamente, es usado sólo como pregunta incómoda para los candidatos. Queda quizás la misma opción, ahora que la Suprema Corte de Justicia de nuestro país decidió que los matrimonios con validez civil en otros países deben ser reconocidos en México, veamos qué sucedería con una pareja gay mexicana que se case en Holanda, Bégica, Canadá o España y quisiera validar su matrimonio en México. En una de esas ser homosexual y ser ciudadano dejan ser de categorías excluyentes.