5.7.06

Asi Sea (Publicado en Excelsior, 05/07/06)


“La democracia es un sistema en el que los partidos pierden elecciones”

Adam Przeworski.

En la democracia no hay obviedades, hay probabilidades, pero la democracia no es el caos, un mundo en blanco en el que cualquier cosa puede pasar. No sabremos con certeza qué pasara, pero sabemos con certeza cómo pasará. Sabemos sobre todo cuáles son los rangos posibles de lo que pasará, los límites impuestos por los procedimientos democráticos de elección y los incentivos que obligan a los actores a reconocer su derrota. La definición de Przeworski sintetiza todo esto, en la democracia se ganan elecciones, pero más notoriamente, se pierden, pero más significativamente, se acepta esta derrota con la certeza que bajo este sistema de reglas se tendrá una nueva oportunidad para competir y, en su caso, ganar.

La democracia no es el paraíso de los consensos, es la tierra de los disensos dirimidos por la voluntad de una mayoría simple. La democracia no tiene escrita la historia de sus futuros, pero establece los límites en que ésta será escrita. Por supuesto, la democracia no está exenta de temblores y adrenalina, polarizaciones y muecas. ¿Cómo podría? Hay elecciones en que todo pareciera estar en juego, todo, menos la democracia. Elecciones cerradas, rudas, hormonales. Oportunidades coyunturales que ponen a prueba a las instituciones democráticas, no por las capacidades de quienes las ocupen, sino por las señales que envían a quienes compiten en las elecciones, por enviar simultáneamente dos mensajes: la incertidumbre sobre los resultados sigue, pero sea cual sea éste, será producto de un mecanismo consensuado y cierto. No queda sino el reconocimiento del procedimiento democrático; esto es, de la derrota.

Alemania, Italia, Costa Rica, Taiwán, Estados Unidos, son países que han tenido recientemente elecciones muy cerradas. Elecciones con inquietantes esperas del resultado final, en las que el reconocimiento de la derrota llegó hasta el final. Quizás ninguna tan paradigmática como la elección estadounidense del 2000, la más cerrada de su historia moderna. En esa ocasión Al Gore, el candidato demócrata ganó una pluralidad del voto popular, 48.38% contra 47.87% de George Bush, apenas un medio punto porcentual. No obstante, dado el sistema electoral de nuestro vecino, y la decisión de la Suprema Corte de Justicia respecto a la elección en Florida, Bush ganó la elección en los votos electorales, 271 contra 266 de Gore.

Al siguiente día de la decisión de la Suprema Corte de Justicia Gore declaró: “hace apenas unos momentos hablé con George Bush y lo felicité por ser el Presidente 43 de los Estados Unidos (…) Le ofrecí encontrarnos tan pronto como sea posible de modo que empecemos a curar las divisiones de la campaña y la competencia que recién terminamos (…) Ahora la Suprema Corte ha hablado. Que no haya dudas, aunque estoy fuertemente en desacuerdo con su decisión, la acepto (…) Y ahora, mis amigos, en una frase que alguna vez dirigí a otros, es tiempo que me vaya.”

Esa fue la estatura del candidato derrotado en una elección mucho más controversial que la nuestra. Otro capítulo en una democracia de más de 200 años, ¿Es la calidad de sus hombres? ¿De sus instituciones? O como nos recuerda siempre James Madison la calidad de sus hombres dada la calidad de sus instituciones. El resultado de esta elección en México será saber que no hay otro juego posible, que como nos dice Pzeworski, quien pierda querrá volver a competir bajo las mismas reglas bajo las que perdió. El resultado será la consolidación de la democracia mexicana. Así sea.

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