30.9.06

Mexicanos Autoritarios (Publicado en Excelsior, 27/09/06)

Entre los saldos que nos dejó la elección del 2 de julio se encuentra la ‘coyunturización’ de varios analistas políticos. El momento parece no dejarles espacios para la distancia y sucumben resignados ante argumentos fatídicos. Ven un país polarizado y dividido, ven tres presidentes simultáneos, ven movimientos sociales radicales en gestación y en acción, ven las instituciones electorales cuestionadas.

Todo les indica que nuestra democracia puede no llegar a su vida adulta, que este fue un ejercicio fallido, que se nos desmorona a cachitos de intolerancia. Entre los argumentos favoritos, la cultura: los mexicanos no estamos hechos para la democracia. Tenemos una cultura autoritaria, de relaciones verticales de autoridad, de destinos inevitables.

Nos cuentan que la historia nos hizo así, acostumbrados a mandar u obedecer, pero no a dialogar. Mexicanos que imponen o acatan, irrespetuosos de la Ley y cínicos frente a las instituciones, añoramos la mano dura que todo pone en orden. Tan habituados a las reverencias frente al Tlatoani, el Virrey, su Alteza Serenísima, el Emperador, Don Porfirio, mi General, o el Señor Presidente, que ya no podemos enderezarnos y entablar una relación democrática con un presidente democrático.

Así, de acuerdo con varios de nuestros analistas la historia es destino, los mexicanos no podemos funcionar en la democracia. Esta es una opinión equivocada y ofensiva. En primer lugar, no queda claro cómo medir el nivel de autoritarismo en la cultura política. ¿En las encuestas? ¿En el nivel de confianza hacia las instituciones? ¿En la percepción de fraude en la elección? Eso sería inferir preferencias con base en opiniones o acciones. Un pleonasmo inaguantable y estéril. En segundo lugar, estos argumentos asumen que la funcionalidad de las instituciones democráticas depende de factores culturales. Argumento predilecto de dictadores: “Mi país no está listo para la democracia, mi país me necesita”.

Conclusiones como esta les suenan tanto a verdad que se ahorran toda argumentación. ¿Qué síntomas de la ‘cultura nacional’ entorpecen la vida democrática? ¿Cuáles son sus efectos concretos en el debilitamiento de las democracias? Ni una sola respuesta.

Si la historia y sus efectos culturales fuesen el factor determinante para el surgimiento de las democracias no existiría una sola en el mundo, dado que todos venimos de un pasado autoritario. Si como nos dicen, el efecto viene por el lado de la duración de las democracias, entonces tendríamos ciclos inacabables entre regímenes, dado que todas las culturas, todas las religiones, tienen elementos autoritarios.

¿Por qué España, con un largo y reciente pasado autoritario, es hoy una de las democracias más consolidadas del mundo? ¿Por qué Venezuela, una de las democracias más estables de América Latina tiene hoy uno de los gobiernos menos democráticos de la región?

Las explicaciones culturalistas de la democracia son interpretaciones deterministas y simplonas, sin coherencia lógica ni evidencia empírica. Hacen una lectura superficial de los discursos de los políticos y los trasladan al resto de la sociedad.

La democracia puede ocurrir y sobrevivir bajo cualquier entorno cultural, la democracia vive de instituciones, no de rituales. La democracia mexicana no requiere de la conversión cultural de sus ciudadanos -quienes además han probado ser los más prudentes-, requiere de instituciones que permitan el ejercicio efectivo de gobierno y eliminen los incentivos para la consecución de fines políticos fuera del marco institucional.

24.9.06

México 2006: El Mito del País Dividido

Con Marco Morales y Roberto Ponce
(Parte de este texto fue publicado en Este País, Septiembre)

Ya desde las campañas presidenciales se adivinaba un país divido y polarizado, la elección del 2 de julio pareció confirmar esta sospecha. El mapa electoral de México, de acuerdo al resultado de la elección presidencial por estados nos mostró un país dividido en dos. El norte azul con sus islotes amarillos en Baja California Sur, Zacatecas y Nayarit. El sur amarillo, con sus lagunas azules en Puebla y Yucatán. Sin embargo, este país dividido en dos es mucho más complejo. La agregación por estados esconde diferencias entre distritos, especialmente porque nada nos dice respecto al nivel de competitividad dentro de los distritos, su volatilidad y su proclividad a dividir el voto.

¿Refleja la elección del 2 de julio un electorado mexicano más dividido y polarizado que nunca? Si bien hay claros patrones geográficos de distribución de preferencias entre partidos, esta distribución ni es nueva ni es contundente. Detrás del mapa bicolor existen dinámicas claras de volatilidad electoral y división del voto, que reflejan más una democracia joven que aún no encuentra un equilibrio en su sistema de partidos, que una democracia joven y agotada tempranamente en polarizaciones políticas insalvables.

Para mostrarlo, presentamos un ejercicio descriptivo que considera sólo a los tres grandes partidos: PRI, PAN y PRD. Excluimos a los pequeños partidos, en principio, porque ninguno ganó un estado o distrito por mayoría relativa y, segundo, porque los votos de estos nuevos partidos son marginales al compararlos con los votos de los tres grandes partidos (1). Nuestra unidad de análisis son los 300 distritos electorales utilizados para elegir diputados por mayoría relativa. Ello nos permite, por un lado, analizar con mayor detalle los resultados de la elección presidencial y, por el otro, comparar estas tendencias con los resultados de la elección de diputados, tanto en 2000 como en 2006 (2).

En las elecciones presidenciales recientes en México, los resultados de la elección presidencial no se empatan perfectamente con los resultados de las elecciones legislativas. Nótese, por ejemplo, que el candidato presidencial de Nueva Alianza recibió menos de 0.96% de los votos, pero su partido recibió 4.54% de los votos en la elección de diputados.

El tiempo también importa, los partidos se presentan distintos ante un electorado que quizás también ha cambiado. Una comparación de los datos y tendencias en 2006 con la elección de 2000 nos ayudará a identificar con mayor claridad si esta fue realmente “la elección más reñida de la historia”. Pretendemos, pues, evaluar si la elección de 2006 fue tan excepcional como sugieren tanto candidatos como analistas, y si los resultados electorales reflejan efectivamente un país de votantes irremisiblemente divididos.


EL COLOR DE LA ELECCIÓN PRESIDENCIAL.

El mapa más visto en la elección de 2006, que reproducimos en la Figura 1, muestra un país que se divide claramente en dos regiones, una azul en el norte del país – exceptuando Baja California Sur, Nayarit, y Zacatecas – y otra amarilla en el sur del país – reciprocando la excepción con Puebla y Yucatán. La conclusión es evidente y ha sido la respuesta fácil para calificar la elección: el país quedó irreconciliablemente dividido.

Sin embargo, esta tendencia hacia un norte azul y un sur amarillo comienza a desdibujarse ligeramente al desagregar los datos en los 300 distritos electorales en el país. En términos de distritos ganados en la elección presidencial, el PAN ciertamente ganó casi la totalidad del norte del país. El PRD ganó 9 distritos del norte: los dos distritos de Baja California Sur, el distrito con cabecera en San Pedro (Coahuila), el distrito con cabecera en Guasave (Sinaloa), dos distritos de Nayarit y tres de los cuatro distritos de Zacatecas, en donde perdió el distrito de la capital. Por su parte, el PRI ganó sólo en dos distritos norteños, aquel con cabecera en Compostela (Nayarit), y uno de los distritos con cabecera en Monterrey (Nuevo León).

Aquel centro-sur amarillo que parecía ser dominado por el PRD, no lo fue tanto. El PRI ganó 7 distritos en la región: los 4 distritos chiapanecos de – irónicamente – los Altos, el distrito con cabecera en Teotitlán (Oaxaca), y los distritos rurales de Zacapoaxtla y Ajalpan (Puebla). Por su parte, el PAN ganó la nada despreciable cantidad de 41 distritos en la región asumida como amarilla: los 5 distritos de Yucatán, el distrito de la Ciudad de Campeche, 10 distritos en Veracruz, 11 distritos en Puebla, el distrito de Cuernavaca en Morelos, un distrito en la delegación Benito Juárez del Distrito Federal, 8 distritos del Estado de México (Toluca y los municipios conurbados al noroeste del Distrito Federal), y para rematar, 4 distritos michoacanos con cabeceras en Jiquilpan (origen del Cardenismo), Zamora y uno en Morelia.


EL TIEMPO PASA…

Si comparamos 2006 con la elección presidencial de 2000, la historia tiene puntos interesantes que resaltar. La Tabla 1 muestra que el PRD ganó 66 de los 177 distritos ganados por Vicente Fox en el 2000, lo que explica que el PAN haya ganado 26 distritos menos que en la elección presidencial de 2000. El gran perdedor fue el PRI, que sólo ganó 9 distritos de los 108 obtenidos en 2000 (39 de estos 99 distritos perdidos fueron para el PAN y 60 para el PRD) (3). Notoriamente, el PRD ganó en 126 distritos en los que no había ganado en 2000, mantuvo su triunfo en 14 distritos, y perdió uno.

Este es un país volátil, pues sólo el 45% de los distritos fueron ganados por el mismo partido en ambas elecciones. El siguiente mapa muestra con contundencia que el país transitó de verde-azul en 2000 (4) hacia amarillo-azul en 2006. En otras palabras, la elección de 2006 no es tanto una historia de polarización como de divisiones redefinidas. El electorado por distritos en México no guarda lealtades y se muestra dispuesto al cambio.

La Figura 3 muestra una propensión a la volatilidad en un tercio de los distritos del país. En 2000, el “efecto Fox” hizo al PAN ganar en distritos insospechados, de la misma forma que el “efecto AMLO” en 2006 hizo ganar al PRD en 126 distritos nuevos. Pero el punto más interesante de esta comparación es que, en la elección presidencial, los distritos tradicionalmente priístas en el norte del país fueron ganados por el PAN mientras que el PRD ganó los distritos tradicionalmente priístas del sur del país.

El panismo más leal se ubica en los estados fronterizos, en la zona del Bajío, así como en las áreas metropolitanas de Puebla, Morelia, Veracruz, Campeche y Mérida. El perredismo leal se centra en las delegaciones Iztapalapa, Tláhuac y Xochimilco del Distrito Federal, así como en Michoacán y la costa de Guerrero. Finalmente, la lealtad priísta se mantuvo sólo en los Altos de Chiapas, el sur de Nayarit, la frontera entre Oaxaca y Puebla, y curiosamente en uno de los distritos de Monterrey.

Es decir, el PRI perdió casi todo en 2006 y no ganó nada nuevo. En cambio, el PRD hizo suyos 66 distritos panistas (5) así como 60 distritos priístas (6). Por su parte, el PAN le arrebató al PRD sólo un distrito en Morelia, y al PRI le restó 39 distritos (7).


EL TAMAÑO SÍ IMPORTA

Entenderíamos muy poco de los resultados de la elección si nos limitamos a saber qué partido ganó en cuáles distritos. Los resultados más interesantes aparecen al revisar la distancia entre el ganador y el segundo lugar en cada distrito. Si la distancia es amplia, tendríamos sustento claro para asegurar que el país se ha polarizado, pero si la distancia es relativamente corta, los resultados pueden ser fácilmente reversibles en la siguiente elección. Si este es el caso – como mostramos abajo – tendríamos un país con altos niveles de competitividad electoral (8).

Las Figuras 4a y 4b muestran la competitividad de los distritos para las elecciones del 2000 y 2006. Las diferencias no podrían ser mayores entre ambas elecciones. En el 2000 vimos un país con una presencia extendida del PRI, votos concentrados para el PAN en el bajío y la frontera, así como para el PRD en Michoacán. En contraste, en el 2006 vemos votos concentrados regionalmente, para el PAN en el norte y para el PRD en el centro-sur. En la elección presidencial de 2006, de los 151 distritos obtenidos por el PAN sólo ganó por más de 10% de la votación en 102 de ellos, que se concentran principalmente en el norte y en el bajío. Por su parte, de los 140 distritos que ganó el PRD, en sólo 94 de ellos superó al segundo lugar por más de 10% concentrados principalmente en el sur y el centro del país. Finalmente, de los 9 distritos ganados por el PRI únicamente en 2 de ellos ganó por más de 10% de los votos.

El PAN parece ser el partido con las lealtades más estables al repetir su hegemonía en 81 de los 126 distritos con respecto al 2000. Sin embargo, hay 32 distritos que pasaron de un dominio panista a un dominio perredista, así como 12 que se tornaron competitivos entre el PAN y el PRD - ambos casos centrados en el Distrito Federal y el estado de México. El PRI no sólo perdió, sino que estuvo cerca de perderlo todo: únicamente 2 de los 63 distritos que ganó holgadamente en el 2000 repitieron, curiosamente, uno con cabecera en Bochil (Chiapas) y el otro en Monterrey (Nuevo León).

Lo que el PRI perdió, el PRD ganó. De los 81 distritos que solían ser competencia entre el PAN y el PRI en 2000, 29 son competidos ahora entre PAN y PRD, y 21 se convirtieron en bastiones del PRD. Aún más, 14 de los 16 distritos competidos entre el PRD y el PRI en 2000 se convirtieron en perredistas hegemónicos. Finalmente, aquellos 12 distritos que solían ser competencia entre el PRD y el PAN se volvieron claramente perredistas, con la excepción, irónica, de 2 distritos michoacanos con cabecera en Morelia y Uruapan.

Los resultados de la elección presidencial de 2006 sugieren que esta fue una elección de preferencias intensas, pues dos tercios de los distritos fueron ganados por alguno de los tres partidos por más de 10% de votos sobre el segundo lugar. Pero esta cifra no es tan distinta a 2000, cuando 63% de los distritos fueron ganados por más de 10% de los votos. La elección de 2006 fue una elección polarizada, pero no polarizante. Heredó la división de 2000 y pintó de amarillo lo que era verde.


LA DECOLORACIÓN LEGISLATIVA.

La gran sorpresa de los resultados electorales es que la elección al Congreso en 2006 es mucho más cercana al tripartidismo. Nótese en la Figura 5 que el PRI gana 55 distritos más en la elección para diputados que en la elección presidencial. De la misma manera, el PAN gana 14 distritos menos en la elección de diputados que en la presidencial y el PRD gana 41 distritos menos para diputados que para presidente.

¿Qué sugiere esto? En principio, que la personalidad de los candidatos importa especialmente para polarizar una sola elección que no es necesariamente representativa de las preferencias completas del electorado. De este modo, ni el norte es tan azul ni el sur tan amarillo como sugería la Figura 1. De hecho, si los resultados de la elección para Congreso reflejaran con mayor nitidez las preferencias partidistas del electorado, tendríamos un PRD concentrado básicamente en el sur del país, un panismo concentrado en el bajío, la frontera y el corredor Puebla-Veracruz, y un priísmo que se resiste en el norte, el estado de México, Hidalgo, Chiapas, y parte de la península de Yucatán.

Si comparamos estos patrones con los vistos en la elección presidencial vemos que los cambios son menos radicales. Por ejemplo, el PRD que obtiene 125 nuevos distritos para la elección presidencial, en 2006, sólo gana 70 en la elección de diputados. En el mismo tenor, el PRI que pierde 99 distritos en la elección presidencial, sólo pierde 66 en la elección a diputados. Los datos presentados en la Tabla 3, de nuevo, sugieren que el PAN es el partido menos volátil en términos de los distritos perdidos con relación a 2000 tanto en la elección legislativa como en la presidencial.
El “efecto Madrazo” afectó también las preferencias por el PRI en la elección legislativa, de los 130 distritos ganados por el partido en 2000, sólo logró repetir su triunfo en menos de la mitad (9). Dos hechos merecen nuestra atención: el PRI le arrebató al PAN 11 distritos en el 2006 (10) y el PAN perdió 32 distritos frente al PRD, la inmensa mayoría en el Distrito Federal y el Estado de México. De nueva cuenta, el PRD perdió un solo distrito: aquel con cabecera en Morelia.
Al comparar la elección legislativa con la elección presidencial en 2006, el primer dato notorio es que una proporción mayor de distritos son competidos en la elección para diputados como se muestra en la Figura 6. La elección presidencial generó 34% de distritos competidos contra 46% en la elección a diputados. El incremento se centra en aquellos donde el PRI compite con el PRD (de 30 a 45 entre ambas elecciones), mientras que los distritos competidos entre el PAN y el PRI se redujeron de 71 a 64, y los competidos entre el PAN y el PRD pasan de 59 a sólo 29. En otras palabras, esta elección se polarizó entre candidatos, no entre partidos. En suma, parece que la competencia en la elección de diputados en 2006 se genera, principalmente, por una pérdida de hegemonía del PRI en un número importante de distritos, que se vuelven competidos entre PRI y PRD -26-, o incluso entre PAN y PRD -8-. A pesar de estos cambios, la lealtad partidista es mucho más elevada en la elección legislativa. El 60% de los distritos no cambiaron de ganador entre 2000 y 2006, mientras que el porcentaje para la elección presidencial fue del 45%.

Este cambio temporal de preferencias en la elección de diputados es más claro al ver la Figura 7. Como se aprecia, el PRI retuvo un número importante de distritos en el norte, centro y sureste del país, pero no captura ningún nuevo distrito. El PAN retiene distritos en el norte y en el bajío, le quita distritos al PRI en las mismas dos regiones y en el sureste, y le roba al PRD uno de los dos distritos en Morelia. El PRD mantiene distritos principalmente en Baja California Sur, Zacatecas y Michoacán, arrebata grandes porciones al PRI en el estado de México (los municipios conurbados al oriente del Distrito Federal), Hidalgo, Guerrero, Oaxaca y Chiapas, y finalmente, le quita distritos al PAN ubicados en el Distrito Federal y los municipios del estado de México conurbados al norte.


DIVIDE Y VENCERÁS.

Los distritos que generaron a un ganador para la elección presidencial y a otro para la elección legislativa nos dan un ángulo adicional de la historia de 2006. Curiosamente, en 232 de los 300 distritos, el mismo partido ganó la elección presidencial y de diputados; esto es, sólo 23% de los distritos generaron resultados divididos. Si vale de consuelo, el PRI fue el único partido que logró ganar en la elección para diputados la totalidad de los distritos que había obtenido para presidente. Por su parte, el PAN mantuvo el apoyo en 124 de los 151 distritos ganados por Felipe Calderón, perdiendo 27 distritos frente al PRI, sobre todo en el norte, pero ninguno frente al PRD. Por su parte, el “efecto AMLO” no evitó que 41 distritos votaran por un partido diferente al PRD para diputados, 28 para el PRI, principalmente en el sur y en el estado de México, y curiosamente 13 distritos para el PAN en el centro del país (ver Figura 8).

La elección de 2006 no ha sido la única donde los distritos dividen su voto, pero el número de distritos que dividieron su voto en esta fue sustancialmente mayor a la de 2000 (68 y 43 respectivamente). Además, únicamente 113 distritos en el país emitieron votos unificados por el mismo partido en las últimas dos elecciones (11). Pareciera, entonces, que los tres partidos sólo controlan establemente un poco más de un tercio de los distritos en el país, y 92 de estos pertenecen al PAN.

¿Sugiere esto que el PAN es más competitivo en elecciones presidenciales que en elecciones al Congreso? No necesariamente, pero sugiere que el PAN ha sido más eficiente que los otros dos partidos para consolidar una base partidista estable en los distritos. Pero, además, la Tabla 6 sugiere que el PRI ya no es el partido que controla un número importante de distritos “seguros” en el país (12) y que las ganancias distritales del PRD parecen ser un mero producto del “efecto AMLO”.


EL PAN: NO TODO ES MIEL SOBRE HOJUELAS.

Es claro que el PAN tendió a perder puntos porcentuales de votación en varios distritos entre 2000 y 2006 (recordemos que es el único partido competitivo en ambas elecciones), dado que sólo gana moderadamente en menos de un tercio de los distritos. Si vemos la Tabla 7, comparado con 2000, el PAN perdió entre 0% y 15% de los votos en más de la mitad de los distritos, tanto en la elección presidencial como en la elección de diputados. Además, pierde entre 15% y 30% de votos en la elección presidencial en casi una quinta parte de los distritos. Así, el PAN ganó puntos porcentuales de votación en casi un tercio de estos, pero perdió en los dos tercios restantes. Esto no debe interpretarse como una muestra de la decadencia del PAN sino, en parte, una muestra de las condiciones imperantes en ambas elecciones.

Geográficamente, ¿dónde ganó y dónde perdió votos el PAN? La Figura 9 muestra que gana entre 15% y 30% de los votos en tres distritos de Sinaloa (13). Gana entre 0% y 15% de los votos en 20 estados, principalmente en el norte, bajío y centro (14). Sorpresivamente, pierde entre 0% y 15% de los votos en el norte a pesar de haberlo ganado; en el sur donde había crecido en 2000; y en el centro que se volcó hacia el PRD en esta elección (15). Estos resultados confirman el dominio panista en el bajío y su ausencia en el sur.

Cabe resaltar aquí que los cambios en la votación del PAN no fueron idénticos en la elección presidencial y en la elección de diputados; a diferencia del “efecto Fox” en 2000, no hubo un “efecto Calderón” en la elección de diputados del 2006 .


EL PRI: ESTAS RUINAS QUE VES.

Hasta este punto, los resultados de la elección de 2006 nos habían sugerido que el PRI había sido el gran perdedor en la elección. La Tabla 8 hace evidente que el PRI perdió puntos porcentuales de votos en virtualmente todos los distritos del país. De hecho, perdió entre 5% y 15% en más de la mitad de ellos. Sin embargo, las pérdidas son mucho más severas en la elección de presidente que en la de diputados.

La Figura 10 muestra geográficamente estos patrones y la evidencia es apabullante. El PRI pierde porcentajes de votación en todos los distritos excepto en cuatro donde gana pocos puntos porcentuales, quizá porque Roberto Madrazo es originario de la zona (16). Las pérdidas más notorias están en Sinaloa donde pierde más de 30% de los votos. Curiosamente este es uno de los estados donde el PRI ganó la elección para senadores – ¿efecto Labastida? Le siguen pérdidas entre 15% y 30% en el norte y en el centro del país.

Las pérdidas son también dolorosas aunque menos graves en la elección a diputados. El PRI gana entre 0% y 15% de votos respecto de 2000 en 23 distritos en 11 estados. A pesar de ello, pierde porcentajes de votación en 277 distritos en casi todos los estados, principalmente en el centro y en el norte del país, donde su votación se reduce entre 15% y 30%. El diagnóstico para el PRI es suficientemente claro: redujo su porcentaje de votación respecto de 2000 en casi todos los distritos del país, pero la reducción fue especialmente notoria en la elección presidencial y particularmente en las zonas centro y sur.


EL PRD: LA SOMBRA DEL CAUDILLO.

Es evidente que el gran ganador en 2006 fue el PRD, o mejor dicho Andrés Manuel López Obrador. En la elección presidencial, el PRD no perdió un solo punto porcentual de voto entre 2000 y 2006. Por el contrario, elevó su nivel de apoyo en todos los distritos, pues ganó entre 15% y 30% de los votos en casi la mitad de estos. Sorpresivamente, ganó más de 30% de votos adicionales con respecto a 2000 en 34 distritos en seis entidades (17). AMLO ganó altos porcentajes de votación en casi todos los distritos del país, pero especialmente en el centro y en el sur-sureste del país como muestra la Figura 11. Es en Michoacán donde aparecen los distritos con menores ganancias porcentuales, aunque no debe sorprender si consideramos que Michoacán fue uno de los pocos estados donde Cuauhtémoc Cárdenas ganó distritos en 2000.

Si bien el crecimiento de los votos del PRD también sucedió en la elección a diputados, no es tan formidable como en la elección presidencial. Esto es, el “efecto AMLO” fue sustancialmente menor en la elección a diputados donde el PRD pierde votos en 15 distritos en 7 estados, dos de ellos gobernados por este partido (18). Con excepción del centro y del sur-sureste, donde las ganancias del PRD son significativas, en el resto de los distritos del país, las ganancias son bastante moderadas. Sobra señalar que en el Distrito Federal y la zona conurbada el PRD se ha vuelto un verdadero hegemón. Esto nos hace sospechar que los resultados no necesariamente reflejan un crecimiento del partido sino la influencia del caudillo.
Los resultados de la Tabla 9 muestran que el PRD obtuvo porcentajes adicionales de votos con respecto a 2000 en casi todos los distritos del país. Pero, no hay que olvidar que en 2000 sólo los perredistas duros votaron por Cárdenas (19). En este contexto, no es sorprendente que sea el PRD el partido con más votos potenciales por ganar en la elección presidencial, aunque marginalmente en las zonas tradicionalmente perredistas, como señalamos del caso de Michoacán. En todo caso, es claro que un candidato carismático puede lograr en una elección, lo que su partido no pudo en 15 años de existencia.


EN CONCLUSIÓN.

Contrario a la percepción generalizada, México no despertó el 3 de julio ni más dividido ni más polarizado. Si bien es cierto que la distribución de votos entre los dos partidos punteros muestran patrones regionales más claros que en el 2000, esto se debe simplemente al deterioro del único partido verdaderamente nacional: el PRI. Esto es, las elecciones del 2000 y el 2006 muestran tendencias similares de división y competencia entre los dos partidos punteros, la diferencia estriba en la extensión del apoyo geográfico del PRI versus el PRD.

La elección presidencial no produjo una división tajante entre estados azules y amarillos, con una línea insalvable ubicada en los límites de Hidalgo y Querétaro. Los datos por distrito matizan estas conclusiones prematuramente dramáticas. Por ejemplo, el PAN parece haber dominado el norte del país con mayor claridad que el PRD en el sur, mientras que la región central del país fue claramente más competida.

Lo único que podemos verdaderamente afirmar es que el PAN confirma sus simpatías en el bajío y el norte, pero confirma también sus antipatías en algunos estados del sur: Oaxaca, Tabasco, Guerrero y Chiapas. Ocurre en el sur un fenómeno evidente, la península de Yucatán no se parece al resto de la región y muestra un voto más volátil entre los tres partidos. Finalmente, es inevitable mencionar la pérdida dramática del PAN en los dos estados con mayor número de votantes: el Distrito Federal y el estado de México.

La elección de 2006 presenta resultados divididos entre el PAN y el PRD a nivel regional, pero de nueva cuenta las razones radican en el PRI. Por ejemplo, es evidente que el PRD compite con el PRI en el norte, no con el PAN. Asimismo, los avances del PAN se deben a su adquisición de distritos que solían ser competidos con el PRI. La elección de 2006 no fue más competida o polarizada que la de 2000, transformó únicamente la ubicación geográfica de las divisiones.

El PRD ganó un número impresionante de distritos en la elección presidencial y legislativa. El partido creció al punto de volverse hegemónico en distritos que solían ser priístas. En la elección presidencial el crecimiento de este se debe centralmente a la decadencia del PRI. No así en la elección para diputados, en la que arrebata también algunos distritos que el PAN había ganado en el 2000, sobre todo en el Distrito Federal y su área metropolitana.

Una prueba más en contra del mito del país dividido es el comportamiento electoral en la elección para diputados, que fue mucho más cerrada y menos dividida que la elección presidencial. Esto es importante porque tradicionalmente las elecciones legislativas son un mejor termómetro para medir apoyos partidarios e ideológicos. La elección para diputados presenta una paradoja, es por un lado la elección más cerrada y menos dividida (sólo 23% de los distritos dividieron su voto entre presidente y diputados), y por el otro, presenta un mayor grado de lealtad distrital hacia los partidos. Esto se explica por la capacidad del PAN para consolidar una base estable de apoyo en el bajío y en el norte, ya que es el único partido de los tres que repite como competidor serio en ambas elecciones.

La competencia en la elección de diputados se da principalmente entre PAN y PRI, seguida de la competencia entre PRI y PRD, dejando en último lugar la competencia entre PAN y PRD que fue la combinación más frecuente en la elección presidencial. En consecuencia, la división del voto en los distritos beneficia claramente al PRI, a costa de los otros dos partidos: 27 distritos ganados por Calderón y 28 ganados por López Obrador fueron obtenidos por candidatos priístas al Congreso.

El comportamiento electoral de los distritos entre 2000 y 2006, así como entre la elección presidencial y aquella por diputados evidencia también que el PRD no penetró la mayoría de las regiones tradicionalmente panistas, y que en los casos en los que arrebató distritos al PAN no lo hizo como partido, sino a partir del candidato: no hay un solo distrito que haya votado por Calderón y que haya votado por el PRD para el Congreso.

Además, la penetración de López Obrador en distritos previamente panistas, ganados por Fox en el 2000, no evitó que algunos de estos mismos distritos votaran por el PAN en la elección para diputados: 9 de los 13 distritos con voto divido PAN-PRD fueron ganados por Fox en el 2000.

Sin duda, este es más un país volátil que dividido. Los votantes mexicanos son más inestables que leales. La elección de 2006 es más un reflejo de partidos que no encuentran su equilibrio electoral en la democracia, que de un sistema de partidos polarizado que divide en consecuencia al electorado. Sólo 134 distritos (45%) fueron ganados por el mismo partido en las elecciones de 2000 y 2006, 111 de ellos por el PAN.

El PRD y el PRI tienen la tarea de identificar su lugar en la democracia electoral mexicana. El PRD aparece como un partido joven maniatado por los triunfos de un solo hombre. El PRI aparece como un partido anciano debilitado por los fracasos también de un solo hombre. Los resultados de la elección de 2006 nos dejaron un PRI derrotado pero latente y un PRD triunfador pero endeble.

Como sospechábamos, el 2 de julio de 2006 reflejó más una democracia joven en busca de sus equilibrios, que una democracia vulnerada prematuramente por discordias políticas insalvables.

NOTAS
:

(1) Asumimos – como es posiblemente el caso y es difícil probar lo contrario – que los partidos pequeños en coaliciones no aportan votos, sino fondos a la cuenta de campaña. Esto posibilita comparar los votos del PRI, del PAN y del PRD – independientemente de coaliciones – entre elecciones presidenciales. Por otra parte, excepto por Nueva Alianza, ningún partido en la historia contemporánea del país había obtenido su registro como partido político en su primera participación electoral.

(2) Nuestro análisis es geo-espacial, y nos interesa detectar patrones de voto vinculados con zonas geográficas. Por esta razón excluimos los votos emitidos en el exterior. Por otra parte, el país llegó a la elección de 2006 con nuevos distritos, que son distintos a los existentes en 2000. Por ello, este ejercicio reconstruye los distritos de 2000 utilizando los contornos de los distritos de 2006. Es decir, mostramos los resultados de 2006 como si los distritos actuales hubiesen sido vigentes en 2000. Finalmente, los datos para 2006 provienen de los cómputos distritales de 2006 publicados por el Instituto Federal Electoral. Asumimos que al momento actual son la fuente más confiable sobre la votación emitida. Los datos para 2000 provienen de los resultados oficiales compilados por el Instituto Federal Electoral.

(3) De hecho, los nueve distritos en donde gano el PRI se concentran en cinco estados: Chiapas (Palenque, Bochil, Ocosingo, San Cristóbal), Nayarit (Compostela), Nuevo León (5-Monterrey), Oaxaca (Teotitlán) y Puebla (Zacapoaxtla, Ajalpan).

(4) Pues el PRD sólo ganó 15 distritos en la elección presidencial en 2000.

(5)Ubicados principalmente en Baja California Sur, Zacatecas y Tlaxcala, el Distrito Federal y su zona conurbada,

(6) Entre ellos los pocos distritos que logró ganar en el norte del país, así como la mayoría de los distritos en Hidalgo, Estado de México, Guerrero, Tabasco, Oaxaca y Chiapas.

(7) Ubicados principalmente en el norte del país, y en los estados de Jalisco, Querétaro, Puebla y Yucatán.

(8) Definimos un distrito competido si la distancia entre el primer y el segundo lugar fue menor a 10%, por tanto, un distrito hegemónico es aquel en el que el ganador supera en más de 10% a su más cercano competidor. Como un dato interesante, el promedio de distancia entre el primero y el segundo lugar en el 2006 fue de 18.81%, mientras que en el 2000 fue de 16.71%, una diferencia sugestiva pero más bien reducida. En todo caso, es notorio que en una democracia con 3 partidos fuertes tengamos distancias tan altas entre los primeros dos lugares, indicio de que vivimos en dos países bipartidistas (uno en el norte y otro en el sur), mas no en un país tripartidista.

(9) Se trata de 53 distritos, 38 de los cuales se fueron con el PAN en el norte, Veracruz y Yucatán; y 39 por el PRD en el Sur y el estado de México.

(10) 2 en Chihuahua, 1 en Durango, 1 en Jalisco, 1 en el Estado de México, 1 en Morelos, 1 en Nuevo León, 1 en Quintana Roo, 1 en Tamaulipas y 2 en Veracruz.

(11) Si bien este dato no revela la historia completa de la competencia en el país, pues incluye sólo las últimas dos elecciones presidenciales, es un dato revelador si consideramos que 2000 fue la primera elección en el país que implicó alternancia en la Presidencia y que marcó la última elección donde el PRI fue altamente competitivo. Posiblemente estas tendencias se reviertan en el futuro – de hecho, esa es la parte medular de nuestro argumento – pero por lo pronto reflejan claramente los cambios en las últimas dos elecciones concurrentes en el país.

(12) Y este es un dato relevante para todos aquellos partidarios de la reelección legislativa en sus términos mínimos (i,e, modificar únicamente el Art 59 Constitucional): el PRI no necesariamente se perpetuaría en el poder si se instaurara la reelección legislativa simplemente porque virtualmente no cuenta con distritos “seguros”. En cualquier caso, el PAN parece estar consolidando distritos “seguros” desde 2000.

(13) Los distritos son 1- El Fuerte, 2-Ahome y 4-Guasave.

(14) Estos estados son Chiapas, Chihuahua, Durango, Guanajuato, Guerrero, Hidalgo, Jalisco, estado de México, Michoacán, Nuevo León, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí, Sinaloa, Sonora, Tamaulipas, Tlaxcala, Veracruz, Yucatán y Zacatecas.

(15) De hecho, pierde más de 30% de los votos en Chiapas (9- Tuxtla) y Tabasco (4 y 6 – Centro).

(16) Estos distritos se concentran en Chiapas (1 - Palenque) y Tabasco (4 y 6 – Centro, y 5- Paraíso).

(17) Estas entidades son Chiapas, DF, México, Nayarit, Oaxaca y Tabasco.

(18) Estos estados son Colima, Jalisco, Michoacán, Nuevo León, Sinaloa, Sonora y Zacatecas.

(19) Para evidencia empírica, ver por ejemplo Magaloni, Beatriz & Alejandro Poiré. 2004. “The Issues, the Vote, and the Mandate for Change” en Domínguez, Jorge I. & Chappell Lawson (eds.). Mexico's Pivotal Democratic Election: Campaigns, Voting Behavior, and the 2000 Presidential Race. Stanford, CA: Stanford University Press; Moreno, Alejandro 2003. El votante mexicano: democracia, actitudes políticas y conducta electoral. México, DF: Fondo de Cultura Económica; o Beltrán, Ulises. 2003. “Venciendo la incertidumbre: El voto retrospectivo en la elección presidencial de julio de 2000 en México” Política y Gobierno X (2):325-358.

20.9.06

Son Amores Problemáticos (Publicado en Excelsior, 20/09/06)

El amor no se compone sólo de cosquilleos y sudoraciones, sonrisas y palpitaciones. No, el amor es también sus sombras, sus espacios para la exigencia, el desencanto e incluso, el rencor puro. Amores que se definen a partir de sus necesidades y sus desencuentros, amores construidos de montos similares de afinidades y absurdos.

Nos hemos pasado casi dos siglos tratando de entender la relación entre México y Estados Unidos. Un largo historial de abrazos y espaldas, rencores y cercanías inevitables. Un amor problemático. Atiborrado de anécdotas y analogías: “vecinos distantes”, “el oso y el puercoespín”, “primos lejanos”, y un largo etcétera.

Las explicaciones de nuestra interacción han pasado por todos los niveles de análisis y todas las variables posibles. Las asimetrías de poder y las simetrías de interés, la complementariedad económica y las divergencias políticas, incluso las diferencias culturales. Escribía Octavio Paz en 1978 en Tiempo Nublado, “Lo que nos separa es aquello mismo que nos une: somos dos versiones distintas de la civilización de Occidente”. Los residuos de la Reforma y la Contrarreforma.

Acusaba también Paz que los estadounidenses no han buscado a México en México, sino en sus propias obsesiones, miedos e intereses. Algo similar ha ocurrido con nuestra búsqueda de Estados Unidos, sujeta a la dualidad entre resentimientos y expectativas. Combinación extenuante de temas que tiran en sentidos opuestos.

En los pasados 20 años, frente al reconocimiento de la complementariedad económica y los beneficios de una relación comercial libre; se encontraban también asuntos que generaban fricciones permanentes en la relación. En particular, el tráfico de drogas, que por un lado forzaba a ambos países a establecer mecanismos de cooperación formales y por el otro lado, les permitía encontrar en el país vecino las causas del problema.

Estados Unidos renunció al proceso de certificación anual y con justa razón. En primer lugar, dicho proceso estaba basado en la aplicación de sanciones económicas, una amenaza claramente no creíble en el caso de México. En segundo lugar, lejos de incentivar la cooperación formal binacional en el combate al narcotráfico, el proceso de certificación reforzaba la necesidad mexicana de evidenciar su soberanía frente al vecino del norte.

La transición democrática en México pareció relegar al narcotráfico en la relación con Estados Unidos. Por un lado, el gobierno mexicano priorizó el tema migratorio y pareció tener éxito en el desmantelamiento de algunos cárteles. Por el otro lado, los ataques terroristas del 11-9 modificaron por entero la política exterior estadounidense. Sin embargo, los últimos 3 años han atestiguado el resurgimiento del narcotráfico como un tema central y conflictivo en la agenda bilateral.

Sabemos que la política punitiva en el combate al narcotráfico ha tenido consecuencias contraproducentes. Pero lo cierto es que los Estados no cuentan con muchas alternativas. En México el tráfico de drogas es un factor de inestabilidad, violencia y amenaza doméstica al Estado que debe ser necesariamente combatido. Las cartas del Embajador Garza son más bien irrelevantes, en cambio 5 cabezas rodando en el piso son razón de sobra para una profunda preocupación.

En Estados Unidos la política de combate en la fuente de origen debe acompañarse de políticas de prevención al consumo y de ayuda a los países productores. Un poco como en la película Traffic, el combate al narcotráfico debe pasar por la iluminación de un estadio de béisbol para los niños de Tijuana.

13.9.06

De los Principios al Principito (Publicado en Excelsior, 13/09/06)


"Las personas grandes nunca comprenden nada por sí solas y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones."
El Principito.

Escribir es un juego, ya lleno de sentidos, ya lleno de despilfarros. Para nuestra fortuna la realidad nos regala momentos tan consagrados al absurdo que queda el juego como recurso de consuelo. Por primera vez en nuestra historia moderna el Presidente no pudo recitar – no otra cosa se hace – su informe de gobierno frente al Congreso. La protesta contenida en las instituciones. El bloqueo contra el bloqueo contra el bloqueo, como una réplica ridícula de sinsentidos. La sonrisa maliciosa de quienes vieron un triunfo en callar al Presidente.

Ahora que como sabemos, el sexto informe de gobierno del Presidente Fox está disponible para quien quiera leerlo. Aunque despojado de la voz invariable y las interrupciones también invariables es un documento más bien seco. Descripción agotadora de acciones e intenciones de gobierno.

En materia de política exterior el informe no leído nos dice de inmediato que “en la presente administración, la diplomacia mexicana ha trabajado tanto para preservar la soberanía y la seguridad nacional, como para favorecer el desarrollo socioeconómico de los mexicanos”. Generalidad salvadora de conceptos bienhechores. Cosa curiosa encontrar en la preservación de la soberanía y la seguridad nacional objetivos del esfuerzo diplomático. Pleonasmo cándido del Estado que se aferra en parecer Estado.

Lo cierto es que definir la política exterior del gobierno foxista resulta una tarea complicada. Demasiadas canchas, muy pocos goles y un sólo jugador. Este fue un sexenio más transitorio que de transición. Contra los principios tradicionales de la política exterior mexicana el Presidente no logró formular un nuevo andamiaje para la política exterior. Es cierto, nuestros principios de política exterior fueron concebidos bajo una lógica de protección y simulación. Hijos dóciles de los fines de política interior. Por ejemplo, la defensa constante de la autodeterminación de los pueblos y la no intervención, fueron instrumentos cómodos para un régimen no democrático que encontró por momentos en el aislamiento selectivo un mecanismo de protección contra presiones exteriores a favor del cambio político.

Pero a la negación del pasado se antepuso el vacío del presente. México aún no encuentra una política exterior estructurada y congruente con su condición democrática. Si bien los temas de derechos humanos y política migratoria se encuentran como nunca en el centro de nuestros esfuerzos diplomáticos, se carece aún de mecanismos formales para su incidencia.

Este fue un sexenio de permanentes reuniones y cumbres (con sus correspondientes fideicomisos). De acuerdo al sexto informe de gobierno, de 2001 a agosto de 2006 el Presidente de México realizó 55 giras internacionales a 50 países. El recuerdo que queda en los mexicanos de los viajes y eventos internaciones se reduce quizás a declaraciones improvisadas, irreverencias rutinarias, frases inoportunas, anécdotas incómodas y conflictos personalizados. Queda la imagen de un gabinete desperdigado, de liderazgos personales y desobedientes. Queda también la impresión de un hombre que sustituyó la diplomacia por la fe, escudado en su idea incuestionable del bien Fox se enfrentó a la política exterior e interior con una inocencia casi conmovedora, casi irresponsable. Incapaz de entender críticas y discrepancias, creyente sin medios, infantil e imprudente: un principito.

10.9.06

¡Bienvenido a Nueva York! (Publicado en Excelsior, 10/09/06)

Aquel 11 de septiembre de 2001, por sobre el miedo, la perplejidad. La incapacidad de entender el momento. Estados Unidos había sido atacado en su territorio, Nueva York se resumía en una columna de humo, las torres gemelas habían colapsado. Todo dispuesto a los ojos, todo reclamando una explicación urgente. El momento hecho de imágenes, lo único verdaderamente disponible.

Primera imagen. Caminar sobre la Quinta Avenida hacia Washington Square, el centro del Memorial Arch ya no contenía como figura postal la lejanía de las torres gemelas. El arco era ahora un marco hueco, en su interior sólo el humo. El humo como referencia permanente, como evidencia rotunda de lo que había pasado.

Segunda imagen. La Avenida Houston, cerrada al paso, inundada de tanques militares. En las banquetas, en la calle, en los jardines, una mancha de polvo, los residuos del peor ataque terrorista de la historia. Tarjetas de presentación, documentos, sobres, todos con la dirección del World Trade Center. Residuos de ausencia.

Tercera Imagen. Me encuentro parado sobre la esquina de la Sexta Avenida y la calle Bleecker, platico con un afroamericano que insiste en persuadirme que esto fue un atentado hecho por la guerrilla peruana y que Estados Unidos era ahora víctima de una venganza que siempre regresa, mientras repetía incansable “Yo luché en Vietnam, yo luché en Vietnam”. El momento justificaba todas las confusiones y en él sus palabras cobraban un sentido demoledor.

Cuarta Imagen. Permanezco caminando sobre los márgenes de la tragedia. Me quedo quieto sobre la Calle Mercer que da una imagen directa del Ground Zero. Un empleado de la biblioteca de mi universidad que me reconoce me grita desde la otra acera, “¡Hey! ¡Bienvenido a Nueva York!”. Esta ciudad siempre encuentra espacios para el cinismo pensé, mientras le respondía con una sonrisa tiesa.

Quinta Imagen. Las fotografías de todos aquellos que se encontraban desaparecidos, las veladoras sostenidas por manos rígidas, cientos de banderas estadounidenses, frases hechas en todas direcciones: “No nos vencerán”, “No matarán nuestro espíritu”. Esta ciudad encontró finalmente una forma de llorar el día.

6.9.06

11-09-01 (Publicado en Excelsior, 06/09/06)

La mañana del 11 de septiembre de 2001 cumplía yo exactamente un mes de haber llegado a la ciudad de Nueva York para realizar mis estudios de doctorado en NYU. Dejé mi casa dispuesto a enfrentar el calor acapulqueño del verano y el tedioso viaje en metro, sin noción alguna del mundo dado que el sistema de cable había dejado de funcionar. Entré a la estación del metro, sospechosamente vacía, y me dirigí a comprar los ahora extintos tokens. El encargado de la taquilla me dirigió una mirada de incredulidad pura y me dijo “¿Es broma? ¿Qué no sabes lo que pasó?”.

El resto fue una peregrinación confusa y extenuante de imágenes, pedazos de información, aviones militares en el aire, y gente que, como yo, caminaba incesante hacia ningún lado. Manhattan se había convertido en una esfera humeante, muda y estridente. Vivir la historia, personalizarla, describirla. Ejercicio ególatra pero inevitable cuando se carece de distancia. ¿Era este el nacimiento de un mundo nuevo? ¿El inicio del futuro orden mundial? ¿El toque de salida del choque de civilizaciones?

Cinco años después no hemos encontrado respuestas definitivas. El 11 de septiembre no ha terminado, ni en sus causas ni en sus consecuencias. La amenaza de ataques terroristas permanece, células más dispersas y bien organizadas. Osama Bin Laden se mantiene activo y a la cabeza de Al Qaeda. Afganistán es aún un país en busca de ser Estado, foco rojo para la estabilidad global. Sin la existencia de armas de destrucción masiva, sin conexión alguna con Al Qaeda, Estados Unidos se embarcó en una guerra en Irak que 3 años y medio después no tiene visos de terminar. En Medio Oriente se reproducen conflictos añejos con el entusiasmo renovado por un entorno polarizado y huérfano.

En el camino, alianzas estratégicas, arreglos al vapor que pasarán factura en el futuro. El apoyo estadounidense a regímenes impresentables: Uzbekistán, Pakistán, Arabia Saudita. No olvidemos que la creación de Al Qaeda en 1989 fue efecto secundario de las políticas estadounidenses en Afganistán bajo la invasión soviética entre 1979 y 1988. Por que los fines del momento nublan las consecuencias del mañana.

El regreso a la política exterior monotemática, en la que todos los asuntos son vistos bajo un mismo lente. Antes la Guerra Fría, hoy la Guerra contra el Terrorismo. En donde todos los temas y todos los actores pasan por el filtro de la Seguridad Nacional. Por ejemplo, el Partido Republicano negó ya toda posibilidad de negociación sobre una nueva ley migratoria para dedicarse de lleno a temas de seguridad.

La Estrategia Nacional Actualizada para el Combate del Terrorismo dada a conocer ayer por el Presidente Bush define dos objetivos. En primer lugar, derrotar al extremismo violento como una amenaza a las sociedades libres y abiertas. En segundo lugar, crear un entorno global inhabitable para los extremistas violentos y sus seguidores. Por supuesto, el documento no menciona en una sola ocasión a la ONU como un actor relevante en la consecución de estos fines, ni hace alusión a la situación en Iraq y Afganistán. Lo que sí hace el documento es vincular a Hezbolá e Irán con ataques terroristas y contener ambos conflictos dentro de la Guerra contra el Terrorismo.

Si como sabemos, debemos evaluar la racionalidad de los actores con base en las estrategias que siguen para perseguir sus objetivos, y no en los objetivos mismos, no nos queda sino concluir que George Bush ha sido un actor irracional o en su caso, miope. Imposible decidir qué es peor, la incompetencia o la ignorancia.