9.1.08

Presidente Obama (Excelsior 090108)


“Haces campaña en poesía y gobiernas en prosa” declaró Hillary Clinton (citando a Mario Cuomo) hace apenas un par de días en New Hampshire, justo antes de que se le anegaran los ojos de lágrimas al hablar de las razones por las que está compitiendo por la presidencia de los Estados Unidos y que las encuestas la pusieran 10 puntos por debajo de Barack Obama en ese estado. La estrategia –no se trata de otra cosa- es doble, por un lado desromantizar la imagen de Obama; por el otro lado humanizar la suya. Un poco tarde.

El triunfo de Barack Obama en Iowa y New Hampshire dio al traste con la mayor ventaja de Hillary Clinton: su apariencia, hace apenas un mes, como una candidata invencible. Hillary era una figura controversial, divisiva, carente de carisma; pero parecía como la única candidata demócrata con posibilidades de ganar la elección primaria y la elección general. No despertaba furor entre los votantes, pero era percibida como la más experimentada para el puesto. La serie de debates recientes, los tropiezos de su campaña y los resultados en estos primeros estados dejaron a una Hillary Clinton visiblemente confundida y despojada de su aura de poder.

Una mutación de atributos. La relativa experiencia de Clinton dejó de proveer certeza y mutó en su identificación como parte del mainstream político estadounidense. La relativa inexperiencia de Obama que podía rodar del lado de la inocencia, terminó por rodar del lado de la esperanza. Las diferencias en posiciones de política pública entre ambos candidatos son francamente mínimas; no así sus biografías. Mientras Clinton ingresaba a la preparatoria en un suburbio de clase media de Chicago, Obama nacía en Honolulu de la unión de dos estudiantes, el padre keniano y la madre blanca originaria de Kansas. Mientras Obama realizaba trabajos de movilización comunitaria en el sur de Chicago, Clinton estaba en el consejo de administración de Walmart. Mientras Clinton caminaba los pasillos de la Casa Blanca en su papel de primera dama, Obama iniciaba su carrera política en el senado de Illinois.

Clinton es una candidata dura y previsible. Obama es un candidato cándido y emotivo. El poder de la poesía, quizás. La bandera de Obama es la del cambio, un concepto difuso pero eficaz; Clinton afirma que no hay cambio posible ahí donde no hay experiencia. Los votantes se han volcado hacia la oferta de Obama, se asumen como parte un cambio histórico, y hacen suyas las palabras de su campaña: fired up and ready to go!.

No todo está dicho. Entre hoy y el ‘Super Martes’ del 5 de febrero en que votan 24 estados, están las primarias de Michigan, Nevada, Carolina del Sur y Florida. Las últimas encuestas en al menos dos de estos estados daban una clara ventaja a Clinton; pero estas encuestas tienen ya casi un mes de antigüedad y en ese momento ocurría algo similar en New Hampshire que se movió ayer hacia Obama. Clinton llega al resto de las primarias con una imagen desgastada y con tonos de fracaso, mientras Obama llega como la sorpresa de la contienda y con tonos de una candidatura histórica y posible. Las probabilidades de que Obama ocupe la Casa Blanca en 2009 son hoy muchísimo mayores que hace dos meses y todo apunta a que seguirán creciendo. El efecto en la política mundial del Presidente Obama, un Presidente estadounidense moderado, liberal, progresista, de color y ascendencia musulmana será inmenso. Un Presidente estadounidense que como señaló Jorge Castañeda recientemente se parecerá al resto del mundo.

Addendum: Esta es la última columna que tengo la fortuna de escribir para Excelsior. Razones estrictamente profesionales me obligan a despedirme de este espacio, que me acogió entrañablemente hace ya casi dos años. Agradezco a los lectores que le dieron seguimiento a Contra Esquina todos los miércoles, y agradezco centralmente a quienes en Excelsior me brindaron un espacio libre para escribir semana tras semana sin haber recibido jamás limitación alguna. En especial, un abrazo y docenas de gracias para: Ernesto Rivera, Pascal Beltrán, Ana Francisca Vega, Hiroshi Takahashi, Cecilia Estrada, Ivan Ventura e Israel López.

2.1.08

2008 o el mundo sin nombre (Excelsior 020108)


“… la insolencia de la civilización que quiere ser consciente de sí misma y mientras tanto se destruye”

Roberto Calasso

Ya sabemos algunas de las facciones que definirán el rostro del 2008, las preguntas y las medias respuestas dejadas por el 2007. Decíamos la semana pasada que el 2007 fue un año entre paréntesis y que el 2008 vendría, por fuerza, a cerrar paréntesis y nombrar al mundo. Pecamos de soberbia u optimismo, quizás.

Sabemos al menos que el 2008 revelará al próximo Presidente del Estado más poderoso de la tierra y será un rostro femenino, o con suerte, uno negro. Como interrogantes quedarán el TLCAN que todos los candidatos estadounidenses prometen revisar, y el tema migratorio que todos los candidatos procuran evadir. Como interrogantes quedarán también Irak y Afganistán hasta el 2009.

Habrá igualmente paréntesis que darán posiblemente paso a respuestas categóricas. El desgarrado retorno de Pakistán a la democracia después del cobarde asesinato de su símbolo: Benazir Bhutto. El proceso de diálogo entre Israel y el gobierno de algo que difícilmente podemos llamar Palestina. La estabilización de la democracia venezolana que permanece, regalo del 2007, a flote; y la consolidación de la autocracia rusa que aparece, tropiezo del 2007, inevitable.

Pero detrás de los paréntesis y los signos de interrogación un gran paréntesis y una gran interrogación: ¿Qué mundo es este? ¿Qué nombre darle? Nombrar las cosas es apropiárselas y entenderlas. Casi 20 años después de la caída del bloque soviético seguimos sin entender a cabalidad el momento. Democracia y comercio parecieran ser sus signos más visibles (e irreversibles); sí, globalización de bienes, ciudadanos, información y hasta deseos. Pero esos son, todos, atributos claros de la modernidad, del siglo XIX al XX, de un mundo que se entiende en el mañana, la producción y el desarrollo, un camino único hacia el futuro: avanzar.

No basta. Tampoco bastan ya las categorías del poder mundial, ni unipolar un multipolar, ni Estados Unidos decide a solas sobre el mundo ni a los organismos multilaterales les han salido dientes. ¿Decidir sobre qué? ¿Los temas globales o los fines locales? ¿La pobreza, el medio ambiente, las fuentes de energía, los procesos migratorios, la expansión de las formas democráticas de gobierno, la desigualdad social, el crecimiento económico, la neutralización de los ‘enemigos’ de la paz?

No somos modernos por que ya no nos mueve sólo el progreso, tampoco hemos sido posmodernos por que nunca nos ha movido sólo el placer o la voluntad de vivirlo. Ya no encontramos en la revolución el camino a la justicia, pero tampoco creemos a ciegas en las bondades de un mercado que se niega a gotear riquezas. ¿Creemos aún en el Estado? Me atrevo a decir que sí, por que somos amantes de la libertad y sólo en el Estado somos, irónicamente, libres. Una libertad, se entiende, entre iguales.

¿Estamos cambiando o regresando? ¿Vivimos un retorno sin revuelta o revolución? Es posible, estamos fatigados de utopías y los monstruos burocráticos que parieron. Decía Octavio Paz que “las utopías son los sueños de la razón”, debiéramos quizás regresar a la razón antes de las utopías. Una razón pre-platónica en la que bien y necesidad, razón y pasión, se dan la mano sin calambres. En donde podamos ubicar, sin incomodidades, a la fraternidad entre libertad e igualdad. ¿No es eso lo que pedimos a murmullos y gritos al Estado?

Marshall Bergman nombró a los siglos XIX y XX como la era de Fausto, obsesionada sólo por el progreso; otros como Gilles Lipovetsky nombraron la segunda mitad del XX como la era de Narciso, hedonista solitario angustiado sólo por el Yo y su perfección; ¿Habremos nosotros llegado a la era de Gea? Madre tierra que, contrario a la diosa griega, se descubre mortal y precisa a sus hijos a darle vida. ¿Será ese el nombre que dará el 2008 al mundo?