5.12.07

No, no, y no (Excelsior, 051207)


El miedo a los pobres es un miedo permanente, sobre todo cuando votan. Hemos escuchado infinidad de veces argumentos que encuentran incompatibilidades entre la pobreza y la democracia: porqué los pobres no votan, porque cuando votan son más susceptibles a prestar oído a populistas, porque los pobres venden su voto por un costal de lo que sea, porque los pobres no tienen una “cultura cívica” que de sustento a los requerimiento “culturales” de la democracia. Por supuesto, a la hora de probar empíricamente estas cuatro historias, las historias se desvanecen.

Los pobres votan en proporciones similares al resto de la población; votan por quien mejor representa sus preferencias y esos candidatos son recurrentemente etiquetados como populistas; entre la transferencia de bienes de consumo y bienes públicos como definidores del voto, los primeros ganan cuando los niveles de ingreso son tan bajos que no pueden considerar al futuro como una posibilidad asequible, es un voto perfectamente racional (aunque perverso); y francamente, decir que existe una cultura específica que sustenta a la democracia es una torpeza, es poner a los caballos detrás de la carreta, es la democracia la que da origen y sustento a comportamientos democráticos; aún más, si algo hay claro es que la ignorancia política es perfectamente racional en un sistema democrático representativo.

Si la pobreza es un impedimento para el tránsito a la democracia o para su sostenibilidad no es porque los pobres se comporten de cierta manera, es porque la pobreza implica presiones distributivas, y bajo ciertas condiciones las élites económicas prefieren revertir a un sistema no democrático que redistribuir la riqueza. No es casual que entre 1950 y 1990 de los 39 episodios de transiciones de una democracia a una dictadura, únicamente en 2 casos la dictadura fue de izquierda (Checoslovaquia 1948 y Perú 1968), en los otros 37 casos la dictadura que puso fin a la democracia fue de derecha, 31 de ellas en países con ingresos por debajo de los 3 mil dólares (reales, ppp).

Estos datos pertenecen al analista más reconocido sobre democracia y transiciones políticas, Adam Przeworski, quien en un trabajo reciente titulado “Los pobres y la Viabilidad de la Democracia” (The Poor and the Viability of Democracy), concluye: “En países pobres en los que la democracia representativa coexiste con flagrantes desigualdades económicas y sociales, los llamados populistas […] hablan a la experiencia de los pobres. Por otro lado, aquellos en mejor posición continúan defendiendo sus privilegios, escondiéndose detrás de la fachada de la democracia mientras les favorezca, pero listos a defenderlos por otros medios si no lo hace. En estos países la democracia es frágil […] pero no porque los pobres no valoren la democracia. La democracia es la mejor esperanza que los pobres tienen para mejorar su vida. Si la democracia es frágil en algunos países, es porque esa esperanza no ha sido satisfecha”

La democracia –nos cuenta de nuevo Przeworski- requiere esencialmente 4 cosas: 1) conflicto de intereses; 2) la autoridad de gobierno deviene de elecciones justas; 3) las elecciones designan ‘ganadores’ y ‘perdedores’ y ambos se reconocen como tales; y, 4) el funcionamiento de un sistema de reglas respetadas por todos los actores. Nada más. En Rusia la elección del pasado domingo cuestiona al menos los puntos 1) y 2), Vladimir Putin se ha vuelto un dictador “benevolente”, por encima del partido Rusia Unida, en un país que carece de memoria democrática pero recuerda tembloroso el caos de los noventa. Las elecciones del domingo en Venezuela reafirmaron los cuatro puntos de la democracia, Hugo Chávez quiso contener el disenso, modificar las reglas del juego y los venezolanos le respondieron no, no y no; Chávez aceptó los resultados y Venezuela mantiene sus posibilidades democráticas.

No faltan ejemplos en México, en calles y editoriales, de quienes visten las ropas de la democracia para defender sólo un status quo desigual y elitista, bajo argumentos –además- profundamente autoritarios. He ahí un peligro recurrente para la democracia.

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