9.12.07

Lo

Y entonces uno encuentra el objeto. Y se le arrojan palabras y ganas, trastes precozmente quebradizos. Y te das cuenta de la mano, la tuya, y la pared, su ausencia. Estabas solo, ni el pelo, ni el pecho, estabas solo y de palabras y ganas no queda rastro. Quedas tú y casi te bastas, querubín. No existes, tienes alitas para flotar tieso bajo cúpulas, sobre bancas.

Lo encontré, y no le arrojé nada. Lo pensé y el placer fue redondo. Fuera de mi mano no existe, no como lo toco. Lo atiborro de borla, lo siento en mis piernas, y lo beso dos veces, uno en la nunca, uno en la frente. Al tiempo, mantenemos una conversación risueña sobre la inagotable levedad de banquetas y adoquines, uno frente al otro. Tan presentes.

No lo sufro. Lo guardo tierno, monigote de borla ya tan mío. Habrá meses que te aguarden y yo los omitiré, no creo en resurrecciones. Me reiré dócil de mis borlas y besos, de la inagotable levedad del silencio. De una mano que se asienta sobre una mesa y se siente incompleta. Es el cuerpo, lo hablamos también, como un retorno a la defragmentación de los sentidos. Mira, soy uno y puedes ver mis fronteras, acabo y empiezo.

Todo lo que esté fuera de mi y no se dedique a mi me parece una mierda. Ególatra discreto, con apenas el ruido suficiente para que el objeto o la madre en turno se vuelva y me abrace. Prentendo entonces jugar a ser niño, porque así de adulto soy. Inútil, soy un niño. Entre mis deseos y mis sonrisas no hay garitas, entre mis obsesiones y mis llantos tampoco.

Mundo, te necesito. Mundo de otros, mundo distante, mundo no mío. Estamos completos, somos un milagro, un puto milagro. Funciono, descubro absorto todos los días. Un calambre tardío, como la felicidad. Soy culpable de ser yo, derecho nato a escupir al cielo, saltar sobre cuerpos, callar. Quiero a los que me niegan.

Me concluyen. Gracias. Ni días, ni gestos, ni tramas. Caen directos al no. Gracias. Soy no. Borlas y besos. No, aburrido y blanco.

¿Te vas? Gracias

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