Me preguntó sobre el cuerpo y su permanencia, sobre el texto y su volatilidad. Sobre ser. Terco, vivo. Quize responder, pero esa era una respuesta seca e irrelevante. Comando de neuronas que ordenan respirar, andar, y salirse en la primera ventana iluminada. Agregación de adjetivos que encaramados se sueñan significados.
Estoy cansado, debí responder. El texto se cansa segundo. No cabemos en las palabras, aunque pequeños, nos movemos demasiado, estiramos las piernas más allá de los límites de la cama. Necesidad del frío. Una navaja que corte exacta los bordes de piel que sobran al decir piel. Por ejemplo.
Le estoy mintiendo y creo que lo sabe. Los falseadores de sentidos nos mentimos felices, reconocemos la mentira y la sobamos encantados. La verdad es el tesoro de los ausentes. ¿Qué? ¿Queremos regresar al encuentro de la verdad y sus objetos? Lo dudo, se yace tan bien en el hueco entre razón y sentidos. Se juega mejor. A la luz, palmadas y caricias. El placer.
No se soñar. Esa debería ser la primera advertencia para quien me quiera comprar. Cuando hablo de la belleza, me revelo en una frase, o abro los ojos segundos antes de un orgasmo; no sueño. Es una visión, me erizo para que me vean volúmenes que no tengo, recortes de vidas propias y apropiadas, momentitos que estirados casi me cubren y casi sucedieron. No me ve.
Es silencio y entro exacto (no fue su boca).
Estoy cansado, debí responder. El texto se cansa segundo. No cabemos en las palabras, aunque pequeños, nos movemos demasiado, estiramos las piernas más allá de los límites de la cama. Necesidad del frío. Una navaja que corte exacta los bordes de piel que sobran al decir piel. Por ejemplo.
Le estoy mintiendo y creo que lo sabe. Los falseadores de sentidos nos mentimos felices, reconocemos la mentira y la sobamos encantados. La verdad es el tesoro de los ausentes. ¿Qué? ¿Queremos regresar al encuentro de la verdad y sus objetos? Lo dudo, se yace tan bien en el hueco entre razón y sentidos. Se juega mejor. A la luz, palmadas y caricias. El placer.
No se soñar. Esa debería ser la primera advertencia para quien me quiera comprar. Cuando hablo de la belleza, me revelo en una frase, o abro los ojos segundos antes de un orgasmo; no sueño. Es una visión, me erizo para que me vean volúmenes que no tengo, recortes de vidas propias y apropiadas, momentitos que estirados casi me cubren y casi sucedieron. No me ve.
Es silencio y entro exacto (no fue su boca).
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