Tomó exactamente tres semanas al ejército más poderoso del mundo para derrotar al ejército iraquí. La imágenes eran contundentes, Bagdad ocupada, Saddam Hussein escondido y su estatua derribada ante el vitoreo de cientos de ciudadanos iraquíes. La guerra se había ganado, y así lo asumía George Bush en el hoy infame discurso que dio a bordo de un barco de la marina en el puerto de San Diego. Hoy sabemos que en todo caso, la guerra empezó ahí mismo, en el momento en que la estatua de Hussein cayó al piso se alzó el polvo de las divisiones étnicas, de los grupos extremistas, tanto sunnitas como shias.
La historia se repite y nos saca la lengua. Estados Unidos sabe como ganar conflictos militares contra Estados, pero parece no poder aprender a ganar guerras, reconstruir naciones y planear transiciones políticas. Es un poco de soberbia, un poco de ingenuidad. Pensar que la estatua de un dictador que cae esparcirá automáticamente las semillas de la democracia y la concordia. En Irak, Estados Unidos ganó la guerra y ha perdido casi todas las batallas.
Hoy, publicaciones que en su momento apoyaron abiertamente la invasión a Irak se muestran críticas, pesimistas, implacables. Es el caso de The Economist que en su número de la semana anterior publicó un largo artículo dedicado al cuarto aniversario de la invasión en el que comenta: “Es difícil imaginarse alguna situación de post-guerra que podría dejar a los iraquíes menos libres o más miserables de lo que eran bajo Hussein, eso dijimos hace cuatro años. Nuestra imaginación falló”
Irak hoy se convulsiona, se divide, se busca un rostro y encuentra un rompecabezas, una cara esparcida en pedazos por cientos de bombas. Es al menos el caso de la parte central iraquí, Bagdad y las regiones vecinas. El norte iraquí mayoritariamente kurdo está en aparente paz, el sur iraquí mayoritariamente shia está en tensa calma.
La ironía está en que mientras las regiones iraquíes colindantes con Turquía e Irán permanecen quietas, los vecinos parecen inquietarse. Irán ha encontrado en la invasión a Irak y su consecuente debilitamiento, una oportunidad para posicionarse como el nuevo niño bravucón del vecindario. El nuevo enemigo simultáneo de Israel, Estados Unidos y los países musulmanes de mayoría sunnita. Rebelde a las peticiones de la ONU para transparentar y en su caso detener sus actividades de enriquecimiento de uranio. Irán ha perdido la protección tácita de Rusia y China, y se encuentra solo ante un gobierno estadounidense que coquetea (adolescente) con la idea de un conflicto bélico.
Por su parte Turquía ha manifestado su preocupación por los vínculos entre la población kurda dentro de su territorio sureste y el movimiento guerrillero del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), que ha encontrado en las montañas del norte iraquí un refugio seguro. De acuerdo con el gobierno turco, al menos 3,800 guerrilleros del PKK se entrenan en la región kurda iraquí y se preparan para lanzar ataques terroristas contra la población turca. En respuesta, Turquía ha manifestado su intención de evitar dichos ataques por todos los medios posibles, que incluyen una eventual invasión al norte iraquí. Innecesario señalar que un tercer frente en el conflicto iraquí, así como la participación de un tercer país en el conflicto, eliminarían de facto cualquier posibilidad de pacificación en el corto y mediano plazos. Estamos pues frente una coyuntura, por un lado está la generación de mecanismos efectivos de pacificación en Irak, por el otro, su expansión regional, el riesgo de generar un conflicto que vaya desde la franja de Gaza hasta la frontera afgano-paquistaní, desde el Golfo Pérsico hasta el Mar Negro.
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