29.11.06

1990-2015 (Publicado en Excelsior 29/11/06)


Lo sabido. En el mundo hay miles de millones de pobres. La distribución de la pobreza es desigual entre los países del mundo. La pobreza inhibe el crecimiento y genera pobreza. Existe pues una brecha en los niveles de riqueza entre países y regiones del mundo. Sin embargo, ha existido también una diversidad de tendencias de crecimiento entre los países pobres, que indica que no todos los países pobres han permanecido pobres. Las historias de éxito son muy pocas y muy conocidas: Botswana, Chile, Corea del Sur, Taiwán y Japón.

La distribución del ingreso en el mundo se ha movido de una distribución con la mayoría de países aglomerados en niveles intermedios en 1950, a una distribución con dos grupos separados, un grupo de países de ingreso medio y alto, y un grupo enorme de países con ingresos bajos y muy bajos (Ouah, 1996). Las explicaciones son muchas, desde la condena a términos comerciales desventajosos sin efectos positivos para el crecimiento de los países pobres, defendida en su momento sobre todo por Raúl Prebisch, hasta el argumento de Paul Krugman que sugiere que la selección entre un equilibrio económico ‘pobre’ y uno de ‘crecimiento’ depende de las condiciones iniciales de los países y la capacidad del Estado para coordinar las expectativas de los actores económicos, una profecía auto-cumplida.

Hablar de pobreza o distribución de ingresos no deja de ser una abstracción. Los efectos concretos de la pobreza se viven y se sufren: desnutrición, mortalidad infantil, mortalidad materna, acceso limitado a servicios sanitarios y agua, viviendas irregulares, empleos precarios, y bajas tasas de escolaridad. La pobreza inhibe el desarrollo de capacidades individuales de desarrollo. La pobreza niega el ejercicio de libertades y derechos individuales.

La pobreza es pues un problema global. Bajo esta concepción se firmó el 8 de septiembre del 2000 la Declaración del Milenio de la ONU, que establece una agenda mundial para el mejoramiento en la calidad de vida de la población, mediante el cumplimiento de 8 objetivos básicos asociados a los temas de pobreza extrema, educación básica, equidad de género, mortalidad infantil, mortalidad materna, VIH/Sida y otras enfermedades, sustentabilidad ambiental y cooperación económica global. No sólo se trata del primer ejercicio consensuado para el desarrollo mundial, sino que los objetivos de desarrollo del milenio (ODM) establecen metas concretas y medibles para evaluar su cumplimiento, comparando indicadores entre el año de referencia 1990 y el año de término 2015.

Justamente como parte de este ejercicio de monitoreo y evaluación, el gobierno de México y el Sistema de Naciones Unidas presentan hoy el informe de avance 2006 de los ODM en nuestro país. En México, siendo un país de desarrollo medio, el cumplimiento de la mayoría de las metas obligatorias no ha representado un reto serio. No obstante, el informe es claro en señalar las áreas en las que presentamos aún evidentes problemas: desigualdad alimentaria, eficiencia terminal y calidad educativa en niveles educativos de secundaria y preparatoria, mayor equidad de género en los cuerpos de representación política, mortalidad materna, y el desarrollo de políticas sustentables de crecimiento.

Para sorpresa de pocos, el problema central en México es la desigualdad. Los indicadores nacionales usados para la evaluación de metas esconden profundas disparidades entre regiones, zonas rurales y urbanas, y sobre todo, entre población indígena y no indígena. Los mexicanos contamos con capacidades terriblemente desiguales para desarrollarnos y ejercer nuestros derechos y libertades. El gobierno mexicano tiene el reto de hacer suyos los ODM, institucionalizar su cumplimiento y hacerlo mediante la reducción de las brechas de desarrollo entre mexicanos.

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