Entre los saldos que nos dejó la elección del 2 de julio se encuentra la ‘coyunturización’ de varios analistas políticos. El momento parece no dejarles espacios para la distancia y sucumben resignados ante argumentos fatídicos. Ven un país polarizado y dividido, ven tres presidentes simultáneos, ven movimientos sociales radicales en gestación y en acción, ven las instituciones electorales cuestionadas.
Todo les indica que nuestra democracia puede no llegar a su vida adulta, que este fue un ejercicio fallido, que se nos desmorona a cachitos de intolerancia. Entre los argumentos favoritos, la cultura: los mexicanos no estamos hechos para la democracia. Tenemos una cultura autoritaria, de relaciones verticales de autoridad, de destinos inevitables.
Nos cuentan que la historia nos hizo así, acostumbrados a mandar u obedecer, pero no a dialogar. Mexicanos que imponen o acatan, irrespetuosos de
Así, de acuerdo con varios de nuestros analistas la historia es destino, los mexicanos no podemos funcionar en la democracia. Esta es una opinión equivocada y ofensiva. En primer lugar, no queda claro cómo medir el nivel de autoritarismo en la cultura política. ¿En las encuestas? ¿En el nivel de confianza hacia las instituciones? ¿En la percepción de fraude en la elección? Eso sería inferir preferencias con base en opiniones o acciones. Un pleonasmo inaguantable y estéril. En segundo lugar, estos argumentos asumen que la funcionalidad de las instituciones democráticas depende de factores culturales. Argumento predilecto de dictadores: “Mi país no está listo para la democracia, mi país me necesita”.
Conclusiones como esta les suenan tanto a verdad que se ahorran toda argumentación. ¿Qué síntomas de la ‘cultura nacional’ entorpecen la vida democrática? ¿Cuáles son sus efectos concretos en el debilitamiento de las democracias? Ni una sola respuesta.
Si la historia y sus efectos culturales fuesen el factor determinante para el surgimiento de las democracias no existiría una sola en el mundo, dado que todos venimos de un pasado autoritario. Si como nos dicen, el efecto viene por el lado de la duración de las democracias, entonces tendríamos ciclos inacabables entre regímenes, dado que todas las culturas, todas las religiones, tienen elementos autoritarios.
¿Por qué España, con un largo y reciente pasado autoritario, es hoy una de las democracias más consolidadas del mundo? ¿Por qué Venezuela, una de las democracias más estables de América Latina tiene hoy uno de los gobiernos menos democráticos de la región?
Las explicaciones culturalistas de la democracia son interpretaciones deterministas y simplonas, sin coherencia lógica ni evidencia empírica. Hacen una lectura superficial de los discursos de los políticos y los trasladan al resto de la sociedad.
La democracia puede ocurrir y sobrevivir bajo cualquier entorno cultural, la democracia vive de instituciones, no de rituales. La democracia mexicana no requiere de la conversión cultural de sus ciudadanos -quienes además han probado ser los más prudentes-, requiere de instituciones que permitan el ejercicio efectivo de gobierno y eliminen los incentivos para la consecución de fines políticos fuera del marco institucional.
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