6.9.06

11-09-01 (Publicado en Excelsior, 06/09/06)

La mañana del 11 de septiembre de 2001 cumplía yo exactamente un mes de haber llegado a la ciudad de Nueva York para realizar mis estudios de doctorado en NYU. Dejé mi casa dispuesto a enfrentar el calor acapulqueño del verano y el tedioso viaje en metro, sin noción alguna del mundo dado que el sistema de cable había dejado de funcionar. Entré a la estación del metro, sospechosamente vacía, y me dirigí a comprar los ahora extintos tokens. El encargado de la taquilla me dirigió una mirada de incredulidad pura y me dijo “¿Es broma? ¿Qué no sabes lo que pasó?”.

El resto fue una peregrinación confusa y extenuante de imágenes, pedazos de información, aviones militares en el aire, y gente que, como yo, caminaba incesante hacia ningún lado. Manhattan se había convertido en una esfera humeante, muda y estridente. Vivir la historia, personalizarla, describirla. Ejercicio ególatra pero inevitable cuando se carece de distancia. ¿Era este el nacimiento de un mundo nuevo? ¿El inicio del futuro orden mundial? ¿El toque de salida del choque de civilizaciones?

Cinco años después no hemos encontrado respuestas definitivas. El 11 de septiembre no ha terminado, ni en sus causas ni en sus consecuencias. La amenaza de ataques terroristas permanece, células más dispersas y bien organizadas. Osama Bin Laden se mantiene activo y a la cabeza de Al Qaeda. Afganistán es aún un país en busca de ser Estado, foco rojo para la estabilidad global. Sin la existencia de armas de destrucción masiva, sin conexión alguna con Al Qaeda, Estados Unidos se embarcó en una guerra en Irak que 3 años y medio después no tiene visos de terminar. En Medio Oriente se reproducen conflictos añejos con el entusiasmo renovado por un entorno polarizado y huérfano.

En el camino, alianzas estratégicas, arreglos al vapor que pasarán factura en el futuro. El apoyo estadounidense a regímenes impresentables: Uzbekistán, Pakistán, Arabia Saudita. No olvidemos que la creación de Al Qaeda en 1989 fue efecto secundario de las políticas estadounidenses en Afganistán bajo la invasión soviética entre 1979 y 1988. Por que los fines del momento nublan las consecuencias del mañana.

El regreso a la política exterior monotemática, en la que todos los asuntos son vistos bajo un mismo lente. Antes la Guerra Fría, hoy la Guerra contra el Terrorismo. En donde todos los temas y todos los actores pasan por el filtro de la Seguridad Nacional. Por ejemplo, el Partido Republicano negó ya toda posibilidad de negociación sobre una nueva ley migratoria para dedicarse de lleno a temas de seguridad.

La Estrategia Nacional Actualizada para el Combate del Terrorismo dada a conocer ayer por el Presidente Bush define dos objetivos. En primer lugar, derrotar al extremismo violento como una amenaza a las sociedades libres y abiertas. En segundo lugar, crear un entorno global inhabitable para los extremistas violentos y sus seguidores. Por supuesto, el documento no menciona en una sola ocasión a la ONU como un actor relevante en la consecución de estos fines, ni hace alusión a la situación en Iraq y Afganistán. Lo que sí hace el documento es vincular a Hezbolá e Irán con ataques terroristas y contener ambos conflictos dentro de la Guerra contra el Terrorismo.

Si como sabemos, debemos evaluar la racionalidad de los actores con base en las estrategias que siguen para perseguir sus objetivos, y no en los objetivos mismos, no nos queda sino concluir que George Bush ha sido un actor irracional o en su caso, miope. Imposible decidir qué es peor, la incompetencia o la ignorancia.

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