10.9.06

¡Bienvenido a Nueva York! (Publicado en Excelsior, 10/09/06)

Aquel 11 de septiembre de 2001, por sobre el miedo, la perplejidad. La incapacidad de entender el momento. Estados Unidos había sido atacado en su territorio, Nueva York se resumía en una columna de humo, las torres gemelas habían colapsado. Todo dispuesto a los ojos, todo reclamando una explicación urgente. El momento hecho de imágenes, lo único verdaderamente disponible.

Primera imagen. Caminar sobre la Quinta Avenida hacia Washington Square, el centro del Memorial Arch ya no contenía como figura postal la lejanía de las torres gemelas. El arco era ahora un marco hueco, en su interior sólo el humo. El humo como referencia permanente, como evidencia rotunda de lo que había pasado.

Segunda imagen. La Avenida Houston, cerrada al paso, inundada de tanques militares. En las banquetas, en la calle, en los jardines, una mancha de polvo, los residuos del peor ataque terrorista de la historia. Tarjetas de presentación, documentos, sobres, todos con la dirección del World Trade Center. Residuos de ausencia.

Tercera Imagen. Me encuentro parado sobre la esquina de la Sexta Avenida y la calle Bleecker, platico con un afroamericano que insiste en persuadirme que esto fue un atentado hecho por la guerrilla peruana y que Estados Unidos era ahora víctima de una venganza que siempre regresa, mientras repetía incansable “Yo luché en Vietnam, yo luché en Vietnam”. El momento justificaba todas las confusiones y en él sus palabras cobraban un sentido demoledor.

Cuarta Imagen. Permanezco caminando sobre los márgenes de la tragedia. Me quedo quieto sobre la Calle Mercer que da una imagen directa del Ground Zero. Un empleado de la biblioteca de mi universidad que me reconoce me grita desde la otra acera, “¡Hey! ¡Bienvenido a Nueva York!”. Esta ciudad siempre encuentra espacios para el cinismo pensé, mientras le respondía con una sonrisa tiesa.

Quinta Imagen. Las fotografías de todos aquellos que se encontraban desaparecidos, las veladoras sostenidas por manos rígidas, cientos de banderas estadounidenses, frases hechas en todas direcciones: “No nos vencerán”, “No matarán nuestro espíritu”. Esta ciudad encontró finalmente una forma de llorar el día.

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