“No entré a la política para cambiar al Partido del Trabajo. Entré a la política para cambiar al país”
Tony Blair
Sí, el mundo ha cambiado en los últimos 10 años. Entre 1997 y el 2007 hemos visto conflictos nacer, terminar e incluso perdurar. Hemos concluido viejos debates e iniciado otros nuevos. Dictadores han subido, dictadores han caído, y sí, dictadores han muerto. Kosovo logró su autonomía respecto a Serbia; Irlanda del Norte logró un acuerdo de paz y gobierno; Irak se atormenta casi país, casi democracia, casi guerra civil. La globalización se volvió apología de los mercados, necesaria reflexión sobre la equidad y la provisión de bienestar y oportunidades por parte de los Estados; y claro, el encuentro de ambos.
Lo dicho, el mundo ha cambiado y curiosamente en todos los acontecimientos mencionados aparece un mismo rostro: Tony Blair. Emblemático por anómalo. Un político de izquierda cargado a la derecha o un político de derecha cargado de encantos. El Primer Ministro británico más joven (43 años en 1997) en más de 200 años, el primer laborista en lograr 3 triunfos consecutivos en las urnas y el primero en servir más de un mandato.
Blair es una gran sonrisa, y como toda sonrisa es mitad invitación y mitad la amenaza tácita de quien se dispone a devorar a su presa. Hombre mediático y fáctico. Con Blair el Partido del Trabajo se sacudió políticas de panfleto y se asumió como un partido de izquierda viable (¿moderna?); la tercera vía que encuentra en el mercado oportunidades y en el Estado su justa distribución. Con Blair
Lo sabemos, el engolosinamiento de los éxitos es invitación a descalabros. Blair deja hoy su mandato bajo la sombra de la guerra en Irak, su alineamiento incuestionado a la política exterior de George Bush, y un nivel de aprobación de apenas 35%. La sonrisa se mutó en mueca. El dinamismo exterior se percibe hoy como docilidad frente a Estados Unidos y el entrampamiento en un conflicto iraquí que se considera ajeno a los intereses británicos. La economía comienza a dar nuevamente signos de agotamiento e Inglaterra se enfrenta hoy a un debate respecto a qué hacer con los más de 500 mil inmigrantes que llegan a su territorio cada año.
El de Blair ha sido el único gobierno británico de la post-guerra con saldos positivos en empleo, provisión de salud y educación, y crecimiento económico en cada periodo de su mandato. Aún así, su despedida tiene un incómodo sabor a disculpa: “[…] les pido aceptar una cosa – con la mano en el corazón, hice lo que creí que era correcto. Quizás me equivoqué.” Como José María Aznar en España, Blair salda hoy la factura de dos errores, el propio y el apropiado, el suyo y el de George Bush. Entre el buen desempeño doméstico y los 4 años de parálisis en Irak, el gobierno de Blair termina con el sello de lo segundo, un sello quizás injusto.
A partir de hoy el primer ministro del Reino Unido es Gordon Brown, un laborista rígido, liberal en política económica y menos activo en política exterior. Aunque ha anunciado que no retirará a las tropas británicas de Irak, ha señalado también que se requiere un programa de reconstrucción y pacificación liderado por
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