Dos los que mordieron la manzana, dos los que nos cargaron sus culpas.
Dos los que crearon vida y la redimieron en su cruz.
Dos las piernas que tiemblan aún bajo el deseo de sumar cuatro con los brazos (también dos).
Dos los testamentos, el viejo de la historia, el nuevo de las esperanzas.
Dos los hemisferios de este planeta marchito y nuevo, que juega a los veranos en invierno, a los otoños en primavera.
Dos los que se necesitan para bailar tango, sincronización llorosa de los deseos.
Dos los que fuimos, cuenta Platón, como castigo a la soberbia del placer (el origen del amor, búsqueda).
Dos mis manos, dos mis ojos, dos mis labios, dos mis oídos, 2x2x2x2 = 16 mis posibilidades de hacerte objeto amoroso.
Dos los siglos desde que el amor se nos volvió motivo y destino.
Dos las veredas de abril que se cruzan y nos prometen un camino lúcido y lúdico, ancho.
Dos los meses, dos veces perfectos.
Dos historias las que doy como formas de entenderse.
La tragedia ridícula del que quiso ser dos sin poder, ¡ay!, ser uno, el cuento maldito de una caperuza rota y despojada, carne de lobos.
La tragedia tirante de quienes se aman desde los resentimientos, cuando el cuerpo se niega a ser dos con la cabeza y se unen, ¡ay!, en un tango en la cocina.
Dos los que estamos y nos multiplicamos en mañanas no vistas, en espacios que ya nos aguardan.
Dos, siempre dos, las palabras precisas: TA TM.
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