“Cuando se trata de a quién culpar por los asesinatos en Littleton, Colorado, lanza una piedra y le pegarás a alguien culpable”
Marilyn Manson, “Whose Fault Is It?” Rolling Stone, 28-05-99.
Hasta ahí el esfuerzo por parte de numerosos analistas –sociólogos, antropólogos, criminalistas y educadores- sobre el perfil y los patrones de comportamiento de los niños que matan niños, los adolescentes que matan adolescentes, los jóvenes que matan jóvenes. El del Instituto Politécnico de Virginia es el tiroteo escolar más grave en la historia estadounidense, pero no es un episodio aislado. Antes de 1990 se reportaron en el mundo 11 tiroteos en escuelas, 12 entre 1991 y 1999, 11 del
La violencia que desconcierta: solitaria, aleatoria, huérfana. “Era sólo un muchacho de apariencia normal, asiático, con un uniforme tipo boy scout” describe Erin Sheehan, una de los 4 estudiantes que resultaron ilesos en una clase de 20, “no dijo nada, entró y empezó a disparar”. ¿Por qué? ¿Por qué me pude comprar un arma fácilmente en Virginia, sin requisitos de licencia y entrenamiento, mientras sólo compre una pistola por mes? ¿Por qué la pistola me otorga una voz que aunque dura minutos deja ecos estridentes? ¿Por qué leí Rage de Stephen King, o vi la película The Basketball Diaries y encontré en el sueño de Leonardo di Caprio disparando en la escuela un sueño propio? ¿Por qué no tuve a dónde correr, por qué el mundo se me agotó entero en la computadora?
Ni una explicación redonda, convincente. Disponibilidad de armas, violencia en medios de comunicación, desapegos sociales, disfuncionalidad familiar, paranoia colectiva, y un largo e insatisfactorio etcétera. Disparar es un discurso. Fragmentado, doloroso, ensordecedor, contundente, y siempre incompleto. Sabemos con certeza quien lo produce, pero ¿A quién va dirigido? ¿A las familias, a las escuelas, a los que mueren, a los que sobreviven, a todos? ¿Es el odio que se agota en sí mismo? El odio, ese sí, redondo y convincente. Kip Kinkel, el adolescente de 15 años que asesinó a sus padres y a dos estudiantes en la cafetería de su escuela en Oregon en 1998 escribió en su diario: “El odio me dirige… tan pronto como la esperanza se va, la gente muere.”
Kinkel pareciera gritarnos del odio a entornos rotos, incapaces de proveer espejos y palabras que formen dialógicamente. Un entorno que permite el acceso a todo y se niega, soberbio, a compartirlo. El mundo que muere por su carencia de sentidos, por su exceso de posibilidades, inmediatas, burdas, inconexas. Un mundo que da cabida mecánicamente, que se agota en su representación, un mundo que a Kip Kinkel, Eric Harris, Dylan Klebold, y Cho Seung-Hui, les salió debiendo y sí, sobrando.
1 comentario:
Le das vueltas al sunto, y todo sigue confuso. Ejercer la violencia, de alguna manera, te devuelve la certeza de tener el control de la forma en que relacionas los fines que deseas y los medios que obtienes. El problema es que no es lo mismo hacer un omelette y estrellas los cascarones, y maquinar un acto para gritarle al mundo que estás presente aunque nadie parece notarlo... Entonces, las otras personas dejan de aparecer ante los ojos como el límite a tus propios deseos y acciones. Terrible todo... Creo que sigue teniendo razón Gus van Sant cuando contaba de por qué titular a su peli "Elefante"... Los monjes con los ojos cerrados, tocan cada uno una sección distinta del animal, y nadie puede imaginar que se trata de un elefante... A veces los árboles enturbian la visión de conjunto; a veces el bosque no deja sentir la textura del follaje... Estupendo texto, y te dejo un saludo
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