24.10.08

Epifanía II (o de cómo un nombre se volvió un día)


Hoy me hice un tatuaje. Es un nombre que merece ser visto repetidamente para recordar los desbarres que me he permitido. Como una mancha que hace honor a mis debilidades, se las apropia y las presenta como algo casi hermoso. Quería hacer de una mueca algo bello. Pensé que era un tatuaje que nada debía al presente, su propósito era empujarme al futuro desde mis anteriores atascos. Me equivoqué. Lo supe todo el tiempo que la aguja me abría la piel, lo supe en cuanto la palabra se fue formando en mi hombro. Este es un tatuaje muerto. Pertenece sólo a este día, aquí nació y aquí perdió su sentido. Es el tatuaje de 40 minutos. Nada más. No cambia nada. Los tatuajes no son historias, y mi hombro agradece su presencia. Nada más. He cambiado menos de lo pensado. Sigo dispuesto a mil desbarres, a perderme en esos cuerpos que se encuentran siempre dispuestos, a quedarme quieto con mil inquietudes girando en mi pecho. Que uno siempre viene al lado. Tuve el impulso de salir corriendo y eso hice. El tatuaje cumplió su misión. Soltó varios veintes que cayeron ruidosos, metálicos en mi estómago. Me he vuelto un llenador de huecos. Ocupo exacto horas y espacios disponibles, y lo hago sonriendo, porque para eso sí me han servido los años, para callar pequeñas tragedias. Lo podría seguir haciendo, porque me contenta mucho, mucho pero cada vez menos. Porque en realidad no creo en el tiempo, ni en la adquisición discreta de afectos. Porque ha valido cada minuto y en mi cada minuto ha sido exacto. Sí, podría hacer de estas complacencias una profesión y seguirían encaramándose minutos exactos, y visiones que me rompen enterito. Soy de la belleza. Esperaría discreto la oportunidad de verla, desde esa distancia inquebrantable y sostener furioso que un beso basta para hacerla mentira. Pero están los veintes, y el tatuaje, y yo, que soy peor. Sí, la belleza, pero conmigo. Pensé que temía no ser concretado, que a la vuelta de miles de minutos me encontrara incompleto. También ahí me equivoqué. Mi miedo es la certeza de mi incompletitud y mi absoluta incapacidad para serme en esos minutos. No puedo concretar a nadie, no puedo dar a nadie minutos que sean igualmente exactos, no me acuesto con nombres, sino con ideas. No he siquiera aprendido a pedir y sigo queriendo ser un universo con la boca cerrada. Un universo que además alguien debe abrazar sin chistar. Quiero que me quieran como quien no tiene remedio, como una obviedad, algo inevitable, precipitado, inmediato, rotundo. Y aun, he mentido poco. Sí, existe, y podría devorarme todo esto si en un momento viniera saltando a darme vueltas y darme un beso en la nuca. El tatuaje escupió su razón y me parece mejor. Es hoy y soy todo oídos.

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