27.6.07

Tony Blair: 10 años después (Excelsior 270607)

“No entré a la política para cambiar al Partido del Trabajo. Entré a la política para cambiar al país”

Tony Blair


Sí, el mundo ha cambiado en los últimos 10 años. Entre 1997 y el 2007 hemos visto conflictos nacer, terminar e incluso perdurar. Hemos concluido viejos debates e iniciado otros nuevos. Dictadores han subido, dictadores han caído, y sí, dictadores han muerto. Kosovo logró su autonomía respecto a Serbia; Irlanda del Norte logró un acuerdo de paz y gobierno; Irak se atormenta casi país, casi democracia, casi guerra civil. La globalización se volvió apología de los mercados, necesaria reflexión sobre la equidad y la provisión de bienestar y oportunidades por parte de los Estados; y claro, el encuentro de ambos. La Unión Europea pasó de 15 a 27 miembros y ante el fracaso del proyecto constitucional (entre los electores de Francia y Holanda en 2005), logró hace unos días un Tratado de Reforma para enmendar sin reemplazar los acuerdos previos.

Lo dicho, el mundo ha cambiado y curiosamente en todos los acontecimientos mencionados aparece un mismo rostro: Tony Blair. Emblemático por anómalo. Un político de izquierda cargado a la derecha o un político de derecha cargado de encantos. El Primer Ministro británico más joven (43 años en 1997) en más de 200 años, el primer laborista en lograr 3 triunfos consecutivos en las urnas y el primero en servir más de un mandato.

Blair es una gran sonrisa, y como toda sonrisa es mitad invitación y mitad la amenaza tácita de quien se dispone a devorar a su presa. Hombre mediático y fáctico. Con Blair el Partido del Trabajo se sacudió políticas de panfleto y se asumió como un partido de izquierda viable (¿moderna?); la tercera vía que encuentra en el mercado oportunidades y en el Estado su justa distribución. Con Blair la Gran Bretaña se sacudió la modorra de la potencia fatigada y se despertó como una economía dinámica y un actor político clave en el mundo.

Lo sabemos, el engolosinamiento de los éxitos es invitación a descalabros. Blair deja hoy su mandato bajo la sombra de la guerra en Irak, su alineamiento incuestionado a la política exterior de George Bush, y un nivel de aprobación de apenas 35%. La sonrisa se mutó en mueca. El dinamismo exterior se percibe hoy como docilidad frente a Estados Unidos y el entrampamiento en un conflicto iraquí que se considera ajeno a los intereses británicos. La economía comienza a dar nuevamente signos de agotamiento e Inglaterra se enfrenta hoy a un debate respecto a qué hacer con los más de 500 mil inmigrantes que llegan a su territorio cada año.

El de Blair ha sido el único gobierno británico de la post-guerra con saldos positivos en empleo, provisión de salud y educación, y crecimiento económico en cada periodo de su mandato. Aún así, su despedida tiene un incómodo sabor a disculpa: “[…] les pido aceptar una cosa – con la mano en el corazón, hice lo que creí que era correcto. Quizás me equivoqué.” Como José María Aznar en España, Blair salda hoy la factura de dos errores, el propio y el apropiado, el suyo y el de George Bush. Entre el buen desempeño doméstico y los 4 años de parálisis en Irak, el gobierno de Blair termina con el sello de lo segundo, un sello quizás injusto.

A partir de hoy el primer ministro del Reino Unido es Gordon Brown, un laborista rígido, liberal en política económica y menos activo en política exterior. Aunque ha anunciado que no retirará a las tropas británicas de Irak, ha señalado también que se requiere un programa de reconstrucción y pacificación liderado por la ONU. Qué solo se ve desde hoy George Bush sin Blair en la foto.

20.6.07

Palestina para principiantes (Excelsior, 200607)



Difícilmente se encontrará sobre la faz de la tierra otro lugar de dimensiones territoriales tan pequeñas, pero de alcances históricos y religiosos tan vastos como el del territorio ocupado hoy por Israel y Palestina. Poco más de 3,200 años de historia en los que en brevísimos episodios ha existido ahí un Estado como tal. El antecedente más claro hasta antes de la fundación del Estado de Israel en 1948 fueron justamente el Reino de Israel entre 926 a.c. y 722 a.c. y el Reino de Judea entre 926 a.c. y 587 a.c.

Este territorio equivalente en dimensiones al estado de Guanajuato pasó sucesivamente a ser una provincia dominada por diversos imperios antiguos: babilonio, persa y helénico. Fue bajo el dominio del imperio romano (a partir del 63 a.c.) y el fracaso de las rebeliones judías a partir del 72 d.c. que se dio origen a la diáspora judía en Europa (y el resto del mundo) dividida en dos grandes grupos, los llamados Azkenazies asentados en el centro y este europeos (que hoy componen el 90% de los judíos del mundo) y los Sefaradíes asentados en la península ibérica y expulsados de ella en 1492.

Desmantelado el imperio romano, la antigua Palestina quedó consecutivamente bajo el dominio de Bizancio y diversos autócratas árabes (con el breve paréntesis de los cruzados en el siglo X), para formar finalmente parte del imperio Otomano hasta el fin de la 1ª guerra mundial. Entre 1918 y 1948 se formó ahí el llamado Mandato Británico de Palestina, cuando las Naciones Unidas acordaron el reparto en partes iguales del territorio para la fundación de dos estados, uno judío y otro árabe. Una sucesión de conflictos entre ambas partes (junto con los países árabes de la región) derivó en 1967 en la anexión a Israel de la Franja de Gaza y Cisjordania, hasta 1993 en que después de los Acuerdos de Oslo, ambos territorios son entregados parcialmente a la Autoridad Nacional Palestina (i.e. Fatah).

Con el retiro de los asentamientos judíos en Gaza y la realización de elecciones parlamentarias en Palestina en enero de 2006 se abría la puerta para la consolidación de un Estado palestino unificado, independiente y democrático. Al final, ninguna de las tres. Las elecciones le dieron al grupo Hamas el 76% de los escaños y la composición del gobierno terminó por ser una repartición imposible entre Hamás y Fatah, seguida de conflictos entre ambos grupos, un acuerdo de cogobierno firmado en La Meca apenas en febrero de este año, y el rompimiento final entre ambos grupos hace 6 días.

Hoy, Palestina se encuentra desmembrada entre la Franja de Gaza controlada por Hamas y Cisjordania controlada por Fatah. Palestina se rehúsa a ser Estado unificado y se encamina hacia la formación de dos territorios con futuros divergentes. La Gaza de Hamas equivale apenas a una cuarta parte de la Ciudad de México, tiene 1.4 millones de habitantes y un ingreso per cápita de sólo 600 dólares. La Cisjordania de Fatah equivale a cuatro veces la Ciudad de México, tiene 2.5 millones de habitantes y un ingreso per cápita de 1,100 dólares.

Gaza se encuentra sin gobierno, aislada y controlada por el brazo armado de Hamas. Cisjordania concentra al re-compuesto gobierno del presidente Mahmoud Abbas, recibirá la ayuda financiera de Estados Unidos y la Unión Europea, y se anuncia ya un modus vivendi entre este territorio e Israel. La misma reducción entre buenos y malos. El conflicto es adictivo, dejamos incluso de entendernos fuera de él. Rescatar a Cisjordania y relegar a Gaza es una forma más de darle continuidad, reproducir lo que se trata de combatir, la imposibilidad para concluir más de 3,200 años de incertidumbre. Una tristeza.

13.6.07

El costo de la democracia (Excelsior 130607)


La democracia, en su definición más elemental, es el sistema político en el que los gobiernos llegan a ser tales mediante la realización de elecciones regulares, justas y cuyos resultados son aceptados por todos los contendientes. Es lo que se conoce como democracia procedimental, un sistema que ofrece certidumbres en los procedimientos para arribar al poder e incertidumbre en cuanto a los resultados.

Por supuesto, una democracia requiere muchas otras cosas para su consolidación, pero sin un sistema electoral transparente, justo y consensuado la democracia simplemente no es. Por ello, las democracias emergentes invierten grandes capitales financieros, humanos y políticos en la construcción de instituciones electorales que garanticen elecciones democráticas.

Entonces, ¿cómo saber cuando una democracia es excesivamente costosa? Un primer paso es comparar costos entre países. Justamente eso es lo que se propone hacer un estudio publicado apenas el mes pasado por el Centro para la Gobernanza Transicional y Post-Conflicto de las Naciones Unidas, titulado en inglés Getting to the CORE: A Global Survey on the Cost of Registration and Elections.

De acuerdo con este trabajo, los países de bajo costo electoral gastan entre 1 y 3 dólares por elector por proceso electoral. Ahí se encuentran por ejemplo, Chile ($1.2), Costa Rica ($1.8), Brasil ($2.3) e India ($1). Las democracias más costosas exceden los 3 dólares por elector, ahí se encuentran Rusia ($7.5), Liberia ($6.1), El Salvador ($4.1) y como usted lo sospechará, México ($5.9). Finalmente, los procesos electorales más costosos han ocurrido en países de conflicto reciente en los que el proceso electoral es parte central del proceso de pacificación, entre ellos: Nicaragua en 1990 ($11.8), Angola en 1992 ($22), y Bosnia-Herzegovina en 1996 ($8).

Este es un cálculo que simplemente divide el costo de las elecciones por el número de electores, pero que no considera los costos relativos por país. Así, si comparamos el costo por elector respecto al ingreso per cápita diario la comparación cambia. México estaría entre los menos costosos: el costo por elector equivaldría a 27% del ingreso diario promedio de un mexicano, por debajo de India (46%) o Rusia (40%), pero muy por encima de otros países latinoamericanos como Chile (5%), Costa Rica (14%) o incluso Brasil (15%).

Sí, somos una democracia relativamente onerosa, pero no deben estar ahí nuestras preocupaciones. La pregunta relevante es cómo se está gastando el dinero electoral, y ahí sí hay conclusiones preocupantes (Ver: Eisenstadt y Poiré, 2006). Tenemos en México el encuentro perverso de dos oligopolios, por un lado el de los partidos políticos y por el otro lado el de los medios televisivos: 3 partidos que sumaron el 74% del total de fondos públicos otorgados por el IFE en el 2006 (ordinarios y de campaña) y 2 televisoras que acapararon el 90% del dinero gastado en campañas televisivas. 3 x 2 = partidocracia + spoticracia.

Peor aún, el dinero gastado previo a las campañas oficiales es muchísimo y carente de toda regulación, los gastos en televisión de las pre-primarias ascendió a ¡3.9 millones de pesos diarios! Hasta el 2006, del presupuesto del IFE, dos terceras partes se destinaron a gastos administrativos y de organización electoral y una tercera parte a partidos políticos.

Al fortalecer el sistema electoral, la democracia mexicana generó partidos políticos excesivamente acaudalados y verticales que impiden hoy transitar hacia las urgentes reformas electorales de segunda generación. La decisión de ayer de la Suprema Corte de Justicia deja al IFE como un mero subordinado de los partidos políticos: no hay autonomía política posible ahí donde no hay autonomía presupuestal. Criamos cuervos y…

11.6.07

India: democracia y desarrollo (Excelsior 110607)


India y los mitos ‘científicos’

De India se pueden decir y escribir cientos de cosas, pero el adjetivo inevitable será siempre ‘inmensa’. El segundo país más poblado del mundo con casi 1,100 millones de habitantes, la tercera economía mundial (en PPP: paridad de poder de compra), el séptimo país en términos de su extensión territorial. India es inevitable.

Pocos países como India han inspirado y derrumbado argumentos en ciencias sociales, particularmente en la ciencia política, la economía, y el encuentro de ambas, la economía política. India es el contraejemplo que rompe mitos, abre preguntas y une posibilidades. Entre estos mitos, sobresalen tres que se relacionan directamente con uno de los vínculos que más han obsesionado a politólogos y economistas, aquel entre democracia y desarrollo.

Mito 1: La pobreza excluye la democracia

Este es un mito resistente, sobrevive necio desde hace ya cuatro décadas. El argumento es simple: sin riqueza no hay democracia posible. La democracia es un lujo que sólo los ricos pueden darse. Los pobres tienen una educación mínima y un ingreso ínfimo, no pueden siquiera pensar en la democracia como un bien necesario (o incluso deseable).

La evidencia empírica parecía en principio apoyar este mito: el ingreso per cápita era consistentemente el mejor predictor para clasificar países entre democracias y dictaduras. De hecho, en el maravilloso estudio hecho por Adam Przeworski – Democracy and Development – el PIB per cápita clasifica correctamente casi el 82% del total de 4,126 observaciones entre 1946 y 1990. Justamente entre los casos mal clasificados por su modelo se encuentra India desde 1947: de acuerdo a su riqueza, India debió haber sido una dictadura, no una democracia.

India ha sido la más poblada y pobre de las democracias, y también una de las más estables, 70 años ininterrumpidos de vida democrática. ¿Cómo explicarlo? La respuesta es doble. En primer lugar, el propio Przeworski concluye que la relación entre desarrollo y democracia no es causal: el desarrollo no genera democracias, les permite durar (que no es poca cosa). Así, las democracias surgen a cualquier nivel de riqueza, pero aquellas que surgen en países más ricos duran más. ¿Cómo explicar entonces que India haya permanecido pobre y democrática? India ha tenido un arreglo institucional que ha permitido el acomodo indispensable de sus diversidades étnicas, socioeconómicas, religiosas, regionales e ideológicas: un sistema parlamentario de mayoría simple con autonomías estatales. India lo muestra, la pobreza no excluye a la democracia, le exige, si acaso, ingenierías institucionales adecuadas.

Mito 2: La democracia inhibe el desarrollo

Este es un mito monstruoso, construido a partir de evidencias totalmente circunstanciales. Entre las décadas de los cuarenta y los setenta varios países autoritarios crecían a tasas enormes, se concluyó entonces que, al menos en el mundo no desarrollado, las dictaduras crecían más rápido que las democracias. Las dictaduras pueden movilizar recursos entre sectores fácilmente, las democracias están sujetas a presiones distributivas. Esa era la historia. El ejemplo inmediato de una democracia de lento o nulo crecimiento era siempre India. En efecto, India llevaba ya 30 años de vida democrática y una economía francamente estancada.

Como suele pasar con estos mitos fáciles, se derrumban en cuanto la evidencia coyuntural se mueve en sentido contrario: India comenzó a crecer en la década de los ochenta, y siguió creciendo velozmente en las siguientes dos décadas, después de las reformas liberales de 1992. Przeworski vuelve a darnos una respuesta: el régimen no afecta la tasa de crecimiento, incide indirectamente en el uso de factores de crecimiento solamente. Las democracias son más productivas respecto al capital, y las dictaduras respecto al trabajo.

India es hoy una democracia que crece y que al crecer rompe de golpe con el mito de las democracias paralizadas. No sólo eso, India probó también que aún sin crecer, las democracias pobres evitan desastres: no ha habido en toda la historia una sola democracia con hambruna. Países con PIB per cápita por encima del de India tuvieron episodios terribles de hambrunas, India no. El economista hindú Amartya Sen explica que el gobierno de India evitó hambrunas mediante programas compensatorios para el empleo. Esto es, más que escasez alimentaria, las hambrunas son producto de malos gobiernos, y las democracias tienden a incentivar mejores gobiernos

Mito 3: La miseria es ‘pegajosa’

Este es un mito menos controversial. Nos dicen los economistas expertos en desarrollo que la pobreza genera pobreza; esto es, que los países pobres tienen menos posibilidad de desarrollarse, quedan pues atrapados en ‘trampas de pobreza’. India ha mostrado que la pobreza es pegajosa, pero no una condena.

Vale la pena hacer aquí una comparación básica entre India y África (subsahariana), dos agregados con no pocas similitudes. India tiene 1,100 millones de habitantes, África 743. India tiene un PIB nominal de 886 mil millones de dólares, África de 707 mil millones de dólares. India tiene un PIB per cápita nominal de 797 dólares, África de 952 dólares. Hasta aquí las similitudes. En términos reales (PPP) se trata de dos casos contrastantes, en 1980 India tenía un PIB de 432 mil millones de dólares, África uno de 408 mil millones de dólares; para el 2006 el PIB real de India alcanzaba los 4.2 billones de dólares mientras que el de África 1.7 billones. Esto es, en términos reales en 26 años India creció 962, África 420%, menos de la mitad. También en términos reales en 1980 el PIB per cápita de India era 648 dólares, el de África 1,062 dólares; para 2006 el de India creció a 3,737 dólares y el de África a 2,308 dólares. Esto es, en 26 años el ingreso per cápita hindú creció en 576%, el de los africanos 217%, de nueva cuenta, menos de la mitad.

Por ello, entre 1990 y 2005, el porcentaje de la población de India en condiciones de pobreza extrema pasó de 42% a 34%, la tasa de matriculación primaria de 68% a 89%, y la mortalidad infantil de 123 a 74 (por cada mil niños nacidos vivos). Pobreza no es destino, y aún en la pobreza, las democracias pobres tienden a generar mayores niveles de bienestar que las dictaduras pobres.

India es un milagro (y una pregunta)

India parecía estar impedida para todo, para ser un Estado-Nación, para ser una democracia y para ser un país en crecimiento. En 70 años de vida independiente India mostró que pudo ser las tres cosas, y al mismo tiempo. India es un milagro, y como todo sujeto milagroso carga dudas y deudas. India es un Estado-Nación, pero mantiene irresuelta la intermitente violencia entre su población hindú y musulmana, así como sus disputas con Pakistán (ambos países con armamento nuclear). India es una democracia, pero que ha tendido a un sistema de partido hegemónico (el Partido del Congreso) y la presencia excesiva de una sola familia (sí, los Gandhi). India es un país en franco crecimiento, pero con el crecimiento se ha incrementado la desigualdad, el crimen, la polarización ideológica, y la concentración económica en un solo sector (servicios). India es una pregunta. Una pregunta que compete inevitablemente a todo el mundo.

7.6.07

¿G8 + G5 = G13? (Excelsior 060607)

Hoy dio inicio el encuentro del Grupo de los 8 (G8) en Rostock, Alemania. Se trata del encuentro entre los líderes de las 7 democracias más desarrolladas del mundo – Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, Reino Unido, Estados Unidos – mas Rusia, que fue incluida formalmente en 1998. En sus inicios, la finalidad del G8 se centró en la resolución de asuntos económicos emergentes, como la crisis del petróleo a mediados de la década de los setenta, la crisis de la deuda en los ochenta, y globalización y comercio internacional en los noventa. Los temas abordados y el alcance de las decisiones del G8 se modificaron en años recientes, la agenda se ha ampliado y el G8 parece haber tomado el lugar de otros organismos multilaterales en la consecución de acuerdos y la definición de políticas globales.

Calentamiento global, desarrollo, desigualdad, salud, educación, terrorismo y capacidad armamentista, son algunos de los temas que se han incrustado en el centro de la agenda. El G8 ha dejado de ser el club de las democracias industrializadas para convertirse en un centro de decisión global encaminado, cada vez más, a temas de seguridad.

Ello ha implicado la inevitable inclusión de países no democráticos o no desarrollados (o ambos), pero con un peso global innegable. Desde el 2005 se ha invitado al llamado Grupo de los 5 (G5), compuesto por los países de mayor peso del mundo en desarrollo: China, India, Sudáfrica, Brasil y México. Así, tal como el G7 + 1 se transformó en el G8, el G8 + 5 parece dirigirse a ser un G13, que entre la foto y los encuentros ministeriales definirá la agenda global en los años subsecuentes.

¿Son todos los que están y están todos los que son? Económicamente la respuesta parece ser sí. Los países del G8 representan poco más del 40% de la economía mundial, por su parte, la totalidad de países en desarrollo representan apenas el 22% (aunque cuentan con el 84% de la población). Y sí, los países del G5 representan casi el 50% de las economías en desarrollo (y el 51% de su población). Por supuesto, el peso de China es enorme, en términos nominales (precios corrientes 2006), China equivalía al 47% del G5; India, Brasil y México al 16% cada uno, y Sudáfrica al 5%.

También en términos nominales, el peso de los países en sus regiones es claro. Brasil y México constituyen el 63% del tamaño económico de América Latina (32% y 31% respectivamente). India compone el 81% del sur de Asia, China el 77% del noreste asiático, y Sudáfrica el 39% de África. El mundo se ha vuelto cada vez más desigual entre e intra regiones. En términos reales (PPP: paridad de poder de compra), el G5 acumula el 27% de la economía mundial; esto es, de consolidarse, el G13 representaría el 67% de la economía mundial. Los datos son contundentes.

Por supuesto, no todo es economía. El G13 estaría llamado a ser el centro de poder y decisiones del mundo, y como todo centro, excluyente de sus márgenes: un consejo de seguridad ampliado de facto. Junto con los países del G8, China, India y Brasil son ya reconocidos como potencias globales. Sudáfrica es claramente el vértice de la diplomacia africana. ¿Y México?, Nuestro país aún no define su papel como potencia regional en el mundo, y en eso hemos sido timoratos y miopes. El peor de los mundos, una política exterior difusa y pasiva que deja grandes huecos para la improvisación del Presidente en turno.

Cuestión de distancias relativas: México está más cerca de Rostock, que Los Pinos de San Lázaro. Si leemos las señales del Presidente Calderón, su intención es acortar ambas y en un solo viaje.