“Una fiesta llama a la otra, y por la densidad de objetos y de hombres se multiplica la vida”
Elias Canetti, Masa y Poder.
Pocas cosas más locales y globales que el arte. La representación estética de objetos y seres, paisajes y tragedias. El arte expresa la unicidad y al tiempo se vincula con el mundo. Pocas cosas más españolas y universales que el Guernica de Pablo Picasso, pocas cosas más noruegas y universales que El Grito de Edgard Munch, pocas cosas más mexicanas y universales que Las Dos Fridas de Frida Kahlo. El arte viaja en tiempo y espacio y establece diálogos abiertos (y callados) entre individuos.
Ahí radica quizás el encanto del trabajo de Spencer Tunick, en la evidenciación de la función colectivizante e individual, globalizante y local del arte. Ya fueron Bruges, Buenos Aires, Buffalo, Lisboa, Londres, Lyon, Melbourne, Montreal, San Sebastián, São Paulo, Caracas, Newcastle/Gateshead, Vienna, Düsseldorf, Helsinki, Santiago y ahora,
Encanto sí, de voluntades agregadas, de cuerpos que desnudos, no se despojan, adquieren un significado compartido, posible sólo con otros cuerpos. Un coro.
Todos los elementos de la masa ahí expuestos. La masa como nos la explica Canetti en su maravilloso libro, “Esta inversión del temor a ser tocado forma parte de la masa”. No es el deseo de anonimato, es el deseo de ser algo más con los otros, yo mediante los otros y los otros mediante mío. Son las propiedades de la masa. La masa quiere siempre crecer: fueron 18,000 con ganas de ser mas y mas. En el interior de la masa reina la igualdad: desnudos fueron todos color. La masa ama la densidad: ahí, en el Zócalo de los motines y los plantones, ahí se juntaron cuadro a cuadro, quedó un espacio espeso y consistente. La masa necesita dirección: la meta no radica en la foto solamente, la meta era el momento, el sorpresivo arrojo, y sí, la masa existe sólo en la meta, tomada la foto y superado el asombro, la masa se desvaneció y se dispersó con ropas.
Sí, fue la masa festiva, pero también la masa que representa y recuerda. Ahí radica quizás el poder de los montajes y las imágenes de Tunick. El referente inevitable a la tragedia y el despojo. Las imágenes de masas desnudas históricamente nos hablan justamente de lo opuesto, de la ausencia monstruosa de voluntad. Ya el hambre, ya la guerra, ya el exterminio. Los muchos que se encontraron desnudos sin decidirlo, por el miedo, por la más implacable de las pobrezas, porque el desnudo era el medio para seleccionar entre la vida o las cámaras de gas. La desnudez era el síntoma inequívoco de la ausencia total de libertad.
Casi veinte mil mexicanos decidieron acudir a un mismo espacio, quitarse las ropas y ser parte de una fotografía, de un mismo objeto estético. Síntoma inequívoco de la libertad y del deseo de ser como toda obra de arte, como un poema, un cuadro, una fotografía, algo que no explica, algo que expresa rotundamente.
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