9.1.07

México-Washington, vía Latinoamérica (Excelsior, 090107)

El sexenio de Felipe Calderón inició con una nueva postura mediática. La presencia del ejecutivo en los medios ya no es inútil y ansiosa: la declaración espontánea, el chascarrillo para la nota o el spot repetido hasta el delirio. La cobertura en medios del gobierno calderonista parece sujetarse ahora a las acciones visibles de gobierno, ya los operativos contra el narcotráfico en Michoacán y Tijuana, ya la ampliación del seguro de salud, ya la definición de una ‘línea institucional de declaraciones’.

Como parte de esta austeridad noticiosa el gabinete calderonista se ha disciplinado. En contraste con el ‘gabinete montessori’ del Presidente Fox, los miembros del gabinete de Felipe Calderón levantan la mano antes de hablar. A poco más de un mes de haber tomado posesión del cargo, la canciller Patricia Espinosa no había tenido una sola aparición notoria en medios. Finalmente el pasado lunes, con motivo de la XVIII reunión de cónsules y embajadores, la cancillería dio la nota al declarar en voz de su vocero Víctor Áviles Castro que se había reiniciado el diálogo con el gobierno venezolano para regularizar las relaciones bilaterales.

Por supuesto, no es aleatorio que la primera nota de la cancillería se refiera a la relación de México con un país de América Latina, ahí se encuentran las principales magulladuras de la accidentada política exterior foxista y hacia ahí dirigió sus primeros pasos Felipe Calderón como Presidente electo.

La relación de México con el resto de América Latina ha estado definida por un inevitable romanticismo y una innegable desvinculación económica. América Latina representa un continuo lingüístico, cultural e histórico único en el planeta, nos hemos soñado desde el inicio de nuestra vida independiente como una unicidad. Este continuo cultural no ha encontrado compañía en un continuo político y económico. Ello es particularmente cierto en el caso de México, en donde hemos sido latinoamericanos de confesión y norteamericanos de profesión.

Los datos no mienten, económicamente México pertenece a Norteamérica. En 1994, 78% del total de nuestro comercio exterior se realizaba con Estados Unidos y Canadá, y únicamente un 3.6% con América Latina. Para el 2005 las proporciones pasaron al 72% y 4.3% respectivamente. La totalidad de nuestro comercio con Latinoamérica representa poco más del 6% del valor de nuestro comercio con Estados Unidos.

Dos obviedades: nuestra relación bilateral más importante es con Estados Unidos y nuestros vínculos con América Latina son francamente débiles. El error ha consistido en ver en lo segundo una consecuencia natural de lo primero. En efecto, los intereses económicos de México en Latinoamérica son reducidos; no obstante, no podemos pensar en una política exterior mexicana activa que no pase por la región. La participación protagónica de México en organismos multilaterales, en el tratamiento global de temas como los derechos humanos, la migración, el narcotráfico y la liberalización del comercio de los países desarrollados, depende del liderazgo regional que México logre adquirir en América Latina.

En consecuencia, el peso diplomático de nuestro país frente a los Estados Unidos estará vinculado a nuestro peso diplomático en Latinoamérica. Para Estados Unidos, México es un país demasiado cercano y prominente para ser ignorado, pero lo suficientemente débil para ser postergado. México es una prioridad económica, no diplomática. En el trayecto entre México y Washington habrá que abrir itinerarios frecuentes con escalas en Centro y Sudamérica.

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