Hay un pueblito al este de Suiza, se llama Davos y por sus condiciones climáticas únicas es un lugar de residencia altamente recomendado por médicos para pacientes con problemas pulmonares. Al parecer esas mismas condiciones climáticas tienen un efecto acelerador en los presidentes mexicanos que lo visitan durante la cumbre anual del Foro Económico Mundial. El entusiasmo los rebasa y se esfuerzan infantilmente por ser los más aplicados de la clase en globalización económica.
Para nuestra sorpresa Felipe Calderón no fue la excepción. A diferencia de su antecesor, Calderón se había mostrado como un Presidente prudente, sin afanes de dar la nota y con intenciones de estrechar y redefinir las relaciones con América Latina. Hace apenas dos semanas la Canciller Patricia Espinosa había declarado a los medios que México estaba en vías de normalizar las relaciones diplomáticas con Venezuela. Algo hay en Davos. Era totalmente innecesario decir que México era el país del futuro, en contraste con los países que aplican ‘políticas del pasado’. Era sobretodo innecesario nombrar esos países y usar adjetivos como ‘populismo’ y ‘dictaduras’ al mismo tiempo.
Los mexicanos fueron claros al elegir un modelo de crecimiento económico el pasado 2 de julio, entre las propuestas estado-céntricas de López Obrador y la promoción del comercio y el empleo de Felipe Calderón, optaron por el segundo. Del mismo modo, los ciudadanos de otros países han decidido darle cabida a cambios en la política económica, en menor o mayor medida ha sido el caso en Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Perú y sí, Venezuela. ¿Desde que pedestal moral juzgamos las políticas económicas de otras naciones?
Las declaraciones de Calderón fueron innecesarias, torpes y soberbias. Si algo se puede concluir de la inmensa literatura sobre crecimiento económico es que no hay un modelo de crecimiento único. De hecho, los más recientes análisis sobre el efecto de la Inversión Extranjera Directa (IED) en el crecimiento concluyen que no existe un efecto independiente y positivo, sino que depende de la presencia de otros factores, como infraestructura y los sectores específicos en los que se invierte. Es más, no queda siquiera claro si los flujos de capital generan crecimiento o si, por el contrario, los capitales se dirigen a las economías que ya crecieron (o están creciendo).
Por ejemplo, en 2005 la IED mundial sumó 876 mil millones de dólares, de los cuales 542 fueron destinados a países desarrollados. De los 334 restantes, la mitad se dirigió a los 5 países en desarrollo que desde 1996 han permanecido en el ‘Top 5’: China, Hong Kong, Singapur, México y Brasil (en ese orden). Entre México y Brasil acaparan alrededor del 33% del total de IED en América Latina, y México a solas obtuvo el 40% del total de IED dirigido al sector manufacturero en la región.
México ya está entre los aplicados de la clase. En 2005 recibimos poco más de 18 mil millones de dólares, y entre 1994 y 2005 la IED creció en un 11.25% anual. Ahora bien, México se encuentra aún muy por debajo del potencial de IED. Irónicamente, lo que nos hace falta es gobierno, un Estado más fuerte (no más grande), que invierta en la generación de infraestructura, tecnología, vías de comunicación, y especialmente, capital humano. Que sea capaz de traducir el comercio y la inversión en crecimiento, generación de empleos y reducción de la pobreza. Un gobierno que al menos se cuestione cómo es posible que en 15 años, mientras nuestro comercio exterior se ha triplicado y las inversiones se han duplicado, la economía y el empleo han crecido a una tasa menor al 3% anual y 4 de cada 10 mexicanos permanecen en la pobreza. Vaya, un gobierno del futuro.
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