“No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy, ¡Dios mío! ¡Si los chinos llegan a leer esto!...”.
Mafalda.
En términos nominales, para 1996 el salario promedio por hora en dólares de un trabajador Chino en el sector manufacturero era de 67 centavos, el equivalente en México era de 1.4. La transformación en capacidad de compra de estos dólares derivaría en una diferencia mucho menor. Esto se debe a que México es un país aún más desigual que China, el índice Gini para México es de 53 mientras que para China es de 44, los pobres en México no son muy diferentes de los pobres en China.
China es también un país más industrializado que México, mientras que el sector manufacturero representa más del 35% del PIB chino, en México anda por el 20%. No obstante, contrario a lo que se piensa, México es mucho más dependiente que China con respecto a sus exportaciones, 27% del PIB contra 19%. Así, la economía mexicana es más vulnerable al comercio internacional. Por ejemplo, el impacto del estancamiento económico de los Estados Unidos en 2002 fue inmenso en la economía mexicana que creció 0.2% en ese año, y nulo en China cuyo crecimiento fue cercano al 8%.
Si en México nos atemoriza el crecimiento económico chino es por nuestra excesiva dependencia comercial en un solo mercado. Mientras México desplazó a Japón como el segundo socio comercial más importante de los Estados Unidos desde mediados de los noventa, China parece seguir nuestros pasos colocándose como el tercero.
Ya para septiembre del 2003 las exportaciones chinas a Estados Unidos superaban a las mexicanas por 7 mil millones de dólares. En contraste, México importa mucho más de Estados Unidos que China, 71 contra 19 mil millones de dólares. Así, aunque ambos países muestran un superávit comercial con los Estados Unidos el superávit chino es ya inalcanzable.
Sí, los mexicanos tenemos motivos para preocuparnos. El mercado y comercio chinos crecen a tasas enormes mientras nosotros distribuir los beneficios del libre comercio, ni logramos sacudirnos la modorra de la recesión norteamericana.
Sin embargo, el problema no es necesariamente que los chinos ganen menos que nosotros por su trabajo, en realidad, en términos reales la diferencia no es sustancial para trabajadores no capacitados. ¿Si no es la mano de obra, entonces qué? La respuesta puede ser simple: inversión pública, capital humano y certeza jurídica.
México no debería angustiarse por ofrecer salarios bajos, competir en el mundo con base en la pobreza no tiene sentido si el objetivo final de crecer es el bienestar social, no la desigualdad social. Si no vamos a competir en el precio, procuremos, como Corea, Taiwán y Hong Kong lo hicieron en su momento, competir en calidad de mano de obra, elevando la inversión pública en educación. China parece saberse la lección y aunque su promedio de escolaridad en 1995 no era muy diferente al de México, ya para el 2002 nos superaban por dos años (13 versus 11 años).
Así, lo que hace falta en México no son bajos salarios ni mayor apertura, sino políticas de desarrollo enfocadas a la generación de capital humano, inversión en infraestructura y certidumbre jurídica. Sólo así el síndrome Mafalda puede ser curable.
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