La sorpresa es doble, la iglesia católica ha sobrevidido a los dos grandes siglos de modernización (XIX y XX) sin haberse reformado sustancialmente. En el mercado de la fe es incuestionablemente la que ofrece perdón a menor costo moral, no económico. Otras creencias exigen para sí devoción, compromiso, esfuerzo, un sistema de vida. El catolicismo exige palabra, sufrimiento y juicio, nada más, una línea voluntaria entre lo bueno y lo malo.
Por supuesto, el sistema de creencias de cada individuo es sujeto de respeto. No así, los abusos de poder, particularmente aquellos hechos en el nombre de Dios. La iglesia católica tiene que enfrentar sus culpas y modificar todo comportamiento que no encaje en la democracia. Asumir su pasado y encontrar su futuro.
Poco ayuda la censura automática. Frente a la distribución masiva del Evangelio de Judas o de la película El Código Da Vinci la reacción única de la iglesia es la descalificación y la censura, nunca el debate. Imposible perdonar. Imposible pensar que una mujer haya ejercido influencia alguna sobre Jesús otra que darle vida, imposible pensar que una mujer pueda ser representante de Cristo en la tierra, no, la de las mujeres debe ser una fe muda que no pida nada para sí.
Qué decir del papel de abierta complicidad de la iglesia católica con el nazismo y sus horrendas consecuencias. El perdón de Benedicto XVI en Auschwitz llega tarde pero da señales al menos de una iglesia que comienza a excavarse las culpas y asumir sus responsabilidades.
Pero quizás no haya otro episodio más sintomático que el del Padre Maciel.
La democratización liberal del mundo y la prominencia de los derechos humanos pone a la iglesia bajo una luz distinta, sobresale como una institución excluyente, afluente, autoritaria y soberbia. El dilema lo enfrentan los Estados democráticos de occidente, ¿cómo permitirle a la iglesia católica que excluya a las mujeres del sacerdocio pero castigamos a las niñas musulmanas que cubren sus cabezas en la escuela? Por su parte, la iglesia católica puede volverse en efecto una institución espiritual o resignarse a su extinción. Podría empezar por hacerse más cargo de las almas de sus fieles, y menos de sus cuerpos.