África es para occidente fuente de inspiración beligerante y monolito olvidable. El África sub-sahariana nos parece un todo empobrecido cuyas partes resultan irreconocibles, referencia preferida a los demonios de la humanidad: hambre, violencia y represión. Es cierto, en África 1 de cada 2 habitantes vive con menos de un dólar al día, 1 de cada 2 mujeres no sabe leer, 1 de cada 2 niños no asiste a la escuela primaria y 1 de cada 2 muertos de guerras civiles es un niño. El tamaño de la economía sub-sahariana en 2001 era casi idéntico al de la economía mexicana, poco más de 772 mil millones de dólares. Si excluimos a Sudáfrica, la economía sub-sahariana representaría 75% de la economía mexicana, mientras que México representaría sólo el 14% de la población africana.
Entre 1970 y el 2001, justamente después de que el milagro mexicano terminara, el PIB per cápita de los mexicanos se incrementó en 2,769 dólares reales. En África en el mismo periodo el incremento fue de sólo 132 dólares (de $1,357 a $1,489). Pero lo cierto es que África no es un monolito y las experiencias nacionales han sido divergentes. En países como Angola, Sierra Leona y Liberia el PIB per cápita cayó en alrededor de 900 dólares en el periodo, no obstante hubo naciones africanas con incrementos importantes, por ejemplo Botswana con $3,904 y Cabo Verde con $1,192. Lo mismo ocurre con las tasas de crecimiento anual, Botswana, Gabón, Lesotho, y Cabo Verde se encuentran entre las economía con mayor crecimiento en el mundo en los últimos 20 años. En contraste, países como Angola, Guinea Bissau y Madagascar crecieron a tasas anuales promedio inferiores al 1%.
Políticamente las diferencias son igualmente notorias. De acuerdo a la clasificación de Adam Przeworski, en 1976 había en África una sola democracia: Mauricio (en efecto, una isla). África nos ha regalado ejemplos insólitos de dictaduras y dictadores. Haile Selassie, el Rey de Reyes que gobernó Etiopía de
Los tres pertenecen a lo que el colonialismo francés denominó l’Afrique inutile, la África inútil, carente de recursos explotables: oro, diamantes o petróleo. Con la presencia de recursos naturales explotables llegó la implementación de instituciones coloniales políticas y económicas diseñadas en torno a la extracción. No es casual que sea justamente la África inútil la que haya logrado altas tasas de crecimiento económico y la sobrevivencia de la democracia. Las naciones con recursos naturales abundantes sufren lo que Leonard Wantchekon (politólogo de Benín) llama Mal Holandés Político (Political Dutch Disease). Un círculo vicioso entre dependencia en la exportación de petróleo, dictadura, guerra civil y bajo crecimiento. Recursos que perpetúan dictadores, incentivan rebeliones e inhiben la diversificación de la economía. Así, la lección parece clara, la África inútil se ha vuelto la África a seguir. Si no se rompen los vicios institucionales asociados a la exportación de recursos naturales, el resto de África no saldrá de sus trampas de pobreza, violencia y dictadura.
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