Todo parece estar definido, Perú se encamina a una segunda vuelta electoral de pesadilla. Con el 98% de los votos contados Unión por el Perú, la organización que sirvió a Ollanta Humala para contender por
La elección peruana ejemplifica muy bien una ironía latinoamericana. Democracia electoral y crisis de representación. Fórmula precisa para el debilitamiento de los partidos y el impacto de liderazgos individuales radicales. En la elección contendieron un total de 20 partidos, el primer lugar apenas rebasa el 30% de los votos y, notablemente, el cuarto lugar con 12% de los votos lo ocupa el vacío, votos en blanco, forma silenciosa de protestar por la incapacidad de elegir. El vacío es opción electoral.
El problema inmediato se refiere a la relación entre el Presidente y el Congreso. Entre el liderazgo personalizado y personalizante y la distribución inevitable de escaños legislativos. Con el 62.26% de votos contados la distribución es aún más cerrada, la organización de Humala cuenta con el 21.41% mientras que el Partido Aprista lleva el 20.58%. El voto presidencial basado en individuos se estrella contra el voto legislativo basado en partidos. Gobierno dividido dos veces: parálisis, conflicto, medidas extra-constitucionales. Democracias incapaces de ser gobierno.
Es previsible que Alan García capitalice el voto de todos aquellos que ven (con razón) en Ollanta Humala un peligro. Humala representa una opción nacionalista y excluyente, carente de proyecto político, basada en la violencia y el rencor. Esos son los monstruos que producen las democracias condenadas al entumecimiento, con sistemas de partidos fragmentados y polarizados, sin bases sociales sólidas. Las virtudes de la democracia vueltas fallas. El encabezado de un editorial del periódico Ollanta Prensa proclama sin pudor: “Cuando el Establo de Derecho colma por su pestilencia ¡A las armas ciudadanos!” Del Estado al Establo, no somos gobierno, somos pueblo furioso, yo soy el pueblo y tengo sólo la voz de las armas, ¡voten por mí!
Pero la otra opción tampoco es razón para la calma y la sonrisa. Alan García trae consigo la memoria de una gestión presidencial desastrosa. Llegó al poder en 1985 y para 1990, el último año de su mandato, Perú decrecía en 6% y la tasa de inflación alcanzó el 7,500%, un 20.5% diario. Consecuencia triste e inmediata:
Así, Perú se debatirá entre sus demonios del futuro y sus fantasmas del pasado. Elección difícil entre la certeza del mal y la incertidumbre del horror. ¿Es posible elegir? Cabe preguntarnos a modo de chiste si no valdría más elegir a los gobernantes por sorteo entre los ciudadanos como lo hacían en
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