17.10.07

El Genocidio Armenio (Excelsior 171007)


A Tamarig

Difícilmente encontrará usted un pueblo más obsesionado demográficamente que el armenio, se encuentran conteos poblacionales en casi todas las páginas de la diáspora armenia, y en las familias es casi mandato que los hijos y las hijas deben casarse con otros armenios.

¿De dónde viene este miedo a la extinción? De un pueblo que se niega –con razón- a olvidar que hace 92 años estuvo cerca del exterminio. Entre 1915 y 1917, alrededor de 1.5 millones de un total de 2 millones radicados en el imperio Otomano murieron, ya asesinados, ya de hambre durante el éxodo al que fueron obligados. Si como lo establecen las Naciones Unidas, genocidio es “la destrucción deliberada y sistemática de un grupo étnico, nacional o religioso”, llamar a este vergonzoso episodio de la historia como el genocidio armenio es preciso.

El primer genocidio del siglo XX y el único que permanece sin ser reconocido oficialmente. Turquía se ha negado desde su fundación como republica en 1923 a reconocerlo, argumentando que se trató de un conflicto con una minoría simpatizante con la Rusia zarista en el augurio de la primera guerra mundial. Difícil explicar entonces las masacres de armenios entre 1894 y 1896, y en 1909. No, se trató de la eliminación sistemática y deliberada de armenios, y así ha sido documentado por diversas investigaciones históricas y testimonios.

Uno de esos testimonios fue justamente el del entonces embajador de Estados Unidos en Constantinopla, Henry Morgenthau. 92 años después, apenas el pasado 10 de octubre el Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes aprobó la resolución 308 que reconoce por primera vez el genocidio armenio de manera oficial, y que tiene altas probabilidades de ser aprobada en el pleno de la cámara esta misma semana. Con esto, Estados Unidos se uniría al grupo de 21 países que ya han hecho tal reconocimiento y estaría en congruencia con 40 de sus estados que ya han emitido resoluciones similares.

Pero las voces en contra de la resolución no se han hecho esperar, el Presidente Bush y miembros de su administración ya han manifestado su desacuerdo. Dos son los argumentos esgrimidos. En primer lugar, que la resolución pone en juego la relación bilateral con Turquía en una coyuntura especialmente delicada, dada la guerra en Irak. En segundo lugar, que con ella se entorpecerían los primeros esfuerzos turcos por normalizar relaciones con Armenia.

En cuanto a lo primero habrá que recordar que la cooperación entre Turquía y Estados Unidos es una avenida de dos vías en la que ambos actores han salido ampliamente beneficiados, desde la alianza militar bajo la Guerra Fría, hasta la invasión en Irak. Turquía carece de una amenaza de salida creíble, y menos como resultado del reconocimiento del genocidio armenio. No sólo es uno de los mayores receptores de ayuda estadounidense (i.e. 6 mil millones prometidos a raíz del conflicto en Irak), sino que sentaría un muy mal precedente de cara a sus aspiraciones para volverse parte de la Unión Europea, cuyo parlamento ha expresado que el reconocimiento del genocidio armenio es un requisito esencial para la membresía turca.

En cuanto a lo segundo, es cierto que Armenia y Turquía desde 2005 han dado los primeros pasos para normalizar sus relaciones diplomáticas, pero lejos de entorpecer este proceso, el reconocimiento de los acontecimientos de 1915 lo fortalecería. Así lo entendió Alemania en su momento, en menor medida Japón, y recientemente Serbia. Reconocer y pedir disculpas, eso es lo que ética y estratégicamente conviene a Turquía. No reconocer el genocidio y mantener en su código penal como un crimen que denigra a Turquía su sola mención, aleja a Turquía de sus aspiraciones de ser una democracia plena, miembro de la Unión Europea, y establecer relaciones con Armenia.

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