11.7.07

El Chino (Excelsior 110707)


Zhenli Ye Gon es ya nombre repetido hasta la familiaridad, siempre con una mueca de rechazo. Las relaciones internacionales -la multiplicidad de vínculos entre gobiernos, pueblos e individuos- pasan inevitablemente por el universo silencioso de las percepciones. La concepción del otro a partir de sus orígenes, sus rasgos, su color, su nombre. La reducción del otro a nuestro prejuicio e ignorancia (parejita inseparable). Ye Gon cupo exacto en la serie de percepciones que los mexicanos tenemos de China y sus habitantes. Algo que difícilmente escapa al adjetivo de racismo: excusa para el resentimiento espontáneo y la mofa fácil.

No sabíamos el origen cierto de los 205 millones de dólares, pero sabíamos el origen nacional de quien los resguardaba. Eso bastó. Nos faltó información pero nos sobraron atajos mentales. Ye Gon, sin consideración de su ciudadanía mexicana se convirtió de inmediato en ‘el chino’, de ahí al comentario agrio y la burla pueril el paso fue automático. “Esto está en chino”, porque no hay nada más incomprensible que lo chino. “Se cobró a lo chino”, es que los chinos serán ininteligibles, pero innegablemente turbios. “Se quedó como el chinito, nomás milando”, también pasivos y ausentes, los chinos nos son, sobre todo, ajenos. Todo refrán, toda canción a mano, “en un bosque, de la China, el chinito se perdió”.

Agotados los refranes de la chinofobia nacional, bienvenida la burla de pastelazo. Cambiar la ‘r’ por la ‘l’, la declaración del “cooperas o cuello” mutó en “coopelas o cuelo”, porque en el chiste se pierde toda credibilidad (y capacidad de análisis). Las culpas se asignan por opinión. La PGR no ha concluido realmente nada, pero para nosotros Ye Gon es ya el rey de las tachas, el emperador de los psicotrópicos; y su abogado (también chino) el maestro de las ‘bombas’ mediáticas.

Aquí no se discute la inocencia de Ye Gon, esa es tarea de la PGR. Se discute el tratamiento del caso que se dio en algunos medios y artículos de opinión. En México nos permitimos adjetivos y frases que resultarían inaceptables en cualquier medio impreso o visual de una democracia liberal. Nos permitimos la visibilidad pública de intolerancias privadas. El caso Ye Gon nos remite a un espejo incómodo que refleja fobias torpes y rancias. Aceptémoslo, en México, la comunidad china ha sido objeto repetido de recelo y burla.

La inmigración china a finales del siglo XIX e inicios del XX generó toda clase de hostilidades, particularmente en el norte del país. Sucios, débiles, viciosos, enfermos, crueles, tales fueron los adjetivos con que se calificaba a los inmigrantes chinos (ver: José Jorge Gómez Izquierdo, El Movimiento antichino en México 1871-1934). Episodios verdaderamente vergonzosos como la celebración en 1925 de la Gran Convención de Comités Antichinos de la Republica Mexicana en la ciudad de Nogales; la expulsión de familias chinas en 1931 con base en el artículo 33 constitucional; y sobre todo la matanza de alrededor de 300 chinos en la ciudad de Torreón a manos de tropas revolucionarias en 1911.

México es hoy una democracia, y los mexicanos nos hemos vuelto efectivamente más tolerantes hacia las diferencias, así lo muestran diversas encuestas. Sin embargo, sobreviven en nuestro país xenofobias y síntomas de rechazo. Los medios de comunicación han sido centrales en la transición mexicana a la democracia, por ello deben también asumir un papel protagónico en la generación de una cultura que rechaza todo síntoma de intolerancia y prejuicio. El caso de Ye Gon trajo a la superficie un poco de ambos, y es que no, no hay prejuicios raciales inofensivos.

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