“Habla el Presidente de
La tristeza se comparte, junto con el resentimiento contra quien encontró en la cobardía y los cañones los medios para tumbar las ideas de un Presidente democráticamente electo. La presidencia de Allende ha sido usada ad nauseum como la evidencia número uno de las deficiencias institucionales de los regímenes presidenciales. Un gobierno minoritario –Allende fue electo con sólo 36.6% de los votos y con una distancia mínima de 2% sobre el candidato de la derecha- sin mayoría en el Congreso. La historia es conocida: parálisis gubernamental, polarización social y la ausencia de mecanismos institucionales para modificar el status quo.
Los regímenes parlamentarios pueden llamar a nuevas elecciones y formar un nuevo gobierno. En cambio, nos cuentan que en los regímenes presidenciales se termina por buscar destrabar los nudos institucionales por medios no institucionales. Los golpes de estado aparecen como resultados casi lógicos de la combinación malévola de un Presidente electo por mayoría simple y un Congreso electo por el principio de representación proporcional. El eterno gobierno dividido. Ya sabemos que las instituciones definen escenarios e incentivos, pero las culpas permanecen en los hombres. Nada los obliga a la usurpación, la deslealtad o la violencia.
América Latina ha sido el reino de los usurpadores. De quienes han visto en el gobierno un motín personal o ideológico (o ambos). Augusto Pinochet fue uno de ellos, con todos sus adjetivos: traidor, dictador, asesino y cobarde. De derechas o de izquierdas, lo mismo, odiosos.
Hay quienes buscan matices. Nos dicen que fue un dictador, pero un dictador popular. Como si en el apoyo ambulante y pancartero se encontrara algún tipo de legitimidad. También nos cuentan de sus éxitos económicos. El Washigton Post afirma sin pudor: “Augusto Pinochet torturó y asesinó. Su legado es el país más exitoso de Latinoamérica.” Como si lo uno fuera causa o excusa de lo otro. Como si no supiéramos que el desarrollo no pasa por la negación de las libertades. Como si no supiéramos que bajo Pinochet el PIB per cápita real de los chilenos creció en un 2% promedio anual, mientras que bajo los gobiernos democráticos a partir de 1990 lo ha hecho a una tasa cercana al 5%. El éxito chileno le debe poco a Pinochet y sus Chicago Boys, y mucho a la capacidad de los socialdemócratas para formar coaliciones de gobierno estables y priorizar la inversión en capital humano.
Pinochet murió y no hay residuos de alegría. Su muerte nos recuerda sólo lo que somos capac de hacernos, lo que no debemos olvidar, lo que no podemos volvernos a permitir: “El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse.” Era la voz de Allende antes de darse uesn tiro a solas en
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