Ahí andan, deambulan por las páginas de periódicos y revistas. Expertos de la división binaria del mundo, bueno y malo, blanco y negro, aplauso y abucheo. Encontraron en las plataformas políticas de la elección del 2 de julio la justificación perfecta para dar rienda suelta a sus simplicidades. Ya a la izquierda, ya a la derecha. Ya por que encuentran en el Estado al actor central de la economía y en los ciudadanos a sus hijos dependientes. Ya por que encuentran en el mercado la fuente de todas las bendiciones y en el Estado un obstáculo. Son creyentes, y los creyentes no cuestionan, no reflexionan, pregonan y hacen gala de su fe.
Su ejemplo por excelencia es China, que desde 1979 cuando modificó su política económica ha crecido sistemáticamente a tasas alucinantes. Por ejemplo, entre 1979 y 2002, en términos reales, mientras México creció a una tasa promedio de 2% anual, China lo hizo a una tasa de 6.5%. Aunque por supuesto, en 1979 México era ya un país de ingreso medio con un ingreso per cápita real de $5, 621 dólares, mientras que China tenía un ingreso per cápita real de sólo $879 dólares. El efecto marginal de las políticas de crecimiento simplemente no puede ser el mismo.
La historia que nos cuentan es simple, China abrió sus fronteras, la inversión llegó masivamente y se incrementó la productividad. Mientras tanto, estudios académicos han probado que China abrió su comercio lenta y muy selectivamente, que la inversión se ha limitado a unas pocas regiones y ciudades, y que el crecimiento chino no se debe a un incremento en productividad, sino a la movilización masiva de factores de producción, posible gracias a un sistema de gobierno autoritario y represor.
En efecto, el crecimiento chino ha implicado una reducción masiva en la pobreza extrema de aquel país. De hecho, China representa el 75% de la reducción de la pobreza en el tercer mundo. Este ha sido un efecto básicamente rural, mientras que en 1978 había 250 millones de pobres extremos en el campo chino, para 2002 el número era de 28.2 millones. Esto se debe a políticas de reducción de la pobreza por parte del Estado chino, entre ellas, la inversión en infraestructura, educación y salud. En contraste, ha habido un incremento notable en la pobreza urbana, en la desigualdad entre el campo y las ciudades, así como en la desigualdad entre los hogares dentro del campo y dentro de las ciudades (ver Ximing Wu y Jeffrey Perloff, 2004).
En suma, el crecimiento chino y su traducción en desarrollo han pasado por el Estado y sus políticas sociales. Si algo ha tenido China los últimos 25 años, es Estado, más que mercado. Por otro lado, es claro que el gobierno chino tendrá en el futuro inmediato que afrontar los efectos desiguales del crecimiento.
En México las políticas de liberalización económica no han derivado ni en crecimiento ni en desarrollo. Por ejemplo, el crecimiento promedio real en el sexenio foxista no rebasa el 1%, este es el crecimiento promedio más bajo desde la Gran Depresión (y el Maximato). Es evidente que no podemos renunciar a la apertura comercial y económica. Pero es evidente también que el Estado debe asumir un papel protagónico para traducir comercio en crecimiento, y crecimiento en desarrollo. Por ejemplo, mientras que las exportaciones mexicanas crecieron en poco más de un 500% entre 1988 y el 2000, el empleo lo haya hecho en alrededor del 30% y la pobreza se haya mantenido en los mismo niveles. Estamos inundados de políticas públicas ineficientes y regresivas. Vivimos en una democracia que no ha podido ser gobierno ni generar acuerdos. Podríamos empezar por eliminar argumentos morales de la política y buscar sus dimensiones éticas. Los creyentes dividen, impiden y desinforman.
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