Pasa en casi todas las familias, hay hijos dóciles y hay hijos rebeldes. Sucede también que los segundos terminan por acaparar la atención de los padres, y usan su rebeldía como una herramienta de negociación para obtener concesiones por parte de unos padres que no saben ya qué hacer con la ‘oveja negra’ de la familia. Estos hijos problemáticos se quedan en casa de sus padres bajo condiciones permanentes de conflicto. Lo saben: la amenaza, el chantaje, y los inacabables reclamos son la garantía de su sobrevivencia y de la división entre los otros miembros de la familia.
Algo similar ocurre en el caso de Corea del Norte. Particularmente desde 1994, cuando murió el fundador de la República Democrática Popular de Corea Kim Il Sung, y asumió el poder su hijo Kim Jong Il. Ante los cambios evidentes en la política económica china, el fortalecimiento económico y político de Corea del Sur, la modificación en la política geopolítica de Japón y el desmantelamiento del orden internacional bipolar y la guerra fría; Kim Jong Il encontró en la rebeldía de baja escala la garantía para la sobrevivencia de su régimen. Estrategia basada en el gasto excesivo en defensa y en una amenaza inmanente de confrontación militar directa.
La ironía es que esta amenaza es a todas luces no creíble. La utilidad de la amenaza no radica en su implementación, sino en la confrontación que produce entre los actores de la región y los Estados Unidos. Kim Jong Il ha ubicado a China como una madre poderosa y protectora, forzada a responder frente al mal comportamiento de su criatura. Por su parte, China ha encontrado en Kim Jong Il una herramienta de contención regional de los intereses estadounidenses.
El verdadero problema es que este esquema de balance regional obliga a un escalamiento en las acciones del hijo desobediente. La afirmación por parte de Corea del Norte sobre la realización de su primera prueba nuclear pone en riesgo el equilibrio regional. Por un lado, precisa una respuesta rotunda por parte de Estados Unidos, Japón, Corea del Sur e incluso, Rusia. Por otro lado, coloca a China en un verdadero dilema entre sus intereses geopolíticos regionales y su papel en la construcción de un nuevo orden mundial, basado en la cooperación económica y la diplomacia.
La supuesta prueba nuclear Norcoreana es un error estratégico que refleja debilidad más que fortaleza y que ocurre además en un momento peculiar en la región. En primer lugar, Japón y China se encuentran en un proceso de acercamiento evidente, hace apenas unos días el nuevo Premier japonés Shinzo Abe visitó China como una señal inequívoca de las prioridades diplomáticas niponas. En segundo lugar, China y los Estados Unidos parecen haber entendido su complementariedad como actores centrales del orden mundial y particularmente dentro del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, un modus vivendi al que no renunciarán con facilidad. Finalmente, Corea del Sur se ha convertido en un actor protagónico de la diplomacia mundial, al punto que su ministro de relaciones exteriores Ban Ki-Moon asumirá con toda seguridad como nuevo Secretario General de la ONU a partir de enero del próximo año.
Veremos sin duda diferencias entre Estados Unidos, Japón y China respecto a las acciones concretas contra Norcorea. Pero lo cierto es que se discutirá sólo el tipo de castigo, no la necesidad de castigar. Ante esto, los días de rebeldía del pequeño Kim tendrán que acabarse.
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