Es una ironía, el Presidente Fox posicionó como pocos presidentes en México a la política exterior en el centro de su agenda. Era parte de una ilusión, la idea de que el bono democrático alcanzaba para todo dentro y fuera de nuestras fronteras. El delirio de un hombre que veía grandes cosas para su país en el futuro. Por fin nos habíamos quitado el yugo del partido hegemónico, el cielo era el límite. Fox no escatimó palabras y planes. Con una honestidad a la que simplemente no estábamos acostumbrados nos confesó que en México política exterior significa relación bilateral con Estados Unidos.
También para nuestra sorpresa, Fox trajo el tema migratorio al centro de la agenda bilateral. El mantra era conocido: una política exterior que no sirve a fines domésticos, no sirve. Mantra: conjunto de sílabas sin significado que se repite casi instintivamente para conseguir un logro. La cumbre de la fe. Los deseos, la palabra y la repetición de ambos son un instrumento para cambiar al mundo.
Cándidos veíamos las fotografías de Fox y George Bush en el rancho San Cristóbal en febrero de 2001. Dos hombres hechos para el apretón de manos. Dos rancheros desparpajados. Fox ex-gobernador de uno de los principales estados expulsores de mano de obra mexicana, Bush ex-gobernador de una de los principales estados receptores de mano de obra mexicana. El destino parecía conspirar a nuestro favor. Las sonrisas, las declaraciones, la voluntad (y el mantra).
El resto es historia. La acumulación de meses y años nos aleccionó sobre la inutilidad de buenos deseos y palabras. Siete meses después de la visita de Bush al rancho San Cristóbal, Estados Unidos sufrió el peor ataque terrorista de su historia. La agenda diplomática estadounidense se modificó por entero. Una vez que hubo razones para el miedo, ya no hubo razones para nada más.
El resto de la agenda exterior del Presidente Fox se redujo a la participación activa de México en foros multilaterales, la promoción de la cooperación económica y –vagamente- el impulso a los derechos humanos. Una colección de giras, declaraciones y sí, confrontaciones. La imagen era confusa, el Presidente parecía mantenerse demasiado ocupado en el exterior, pero sin una idea clara de sus fines diplomáticos. Como quien encubre en el movimiento la ausencia de dirección. La abuela tenía razón, a veces es más temible de los hombres es un miope con iniciativa: un chivo en cristalería.
La política exterior mexicana aparece hoy atomizada y carente de metas claras. No se trata de una nostalgia por el pasado, se trata de una ansiedad por el futuro. Los pendientes que Fox deja en materia de política exterior no son menores. En Primer lugar, la consecución de un acuerdo migratorio con Estados Unidos y Canadá que formalice las complementariedades laborales de los tres países en el marco del TLCAN. En segundo lugar, la recomposición de las relaciones con América Latina, no como una reparación de daños, sino como una reconsideración de nuestros objetivos políticos y económicos en la región. En tercer lugar, un replanteamiento de la participación de México en los espacios multilaterales de cooperación.
Estos tres objetivos ni son novedosos, ni están disociados entre sí. México no será capaz de negociar en mejores términos con Estados Unidos, mientras no asuma una posición de liderazgo regional y de protagonismo global. Ello implica un acercamiento formal hacia Latinoamérica, pero también la disposición a asumir los costos derivados de una diplomacia proactiva, entre ellos el envío de tropas en misiones multilaterales de paz, no la repetición extenuante de mantras inútiles.