Obama será el candidato demócrata y yo, lo confieso, estoy alegre.
Me alegra que después de 232 años de presentarle al mundo lo que una democracia moderna debe ser, después de 145 años de la abolición de la esclavitud, después de 42 años del Acta de Derechos Civiles, Estados Unidos tenga finalmente un candidato negro contendiendo con posibilidades serias de ganar la presidencia.
Estados Unidos, se nos olvida, le ha regalado al mundo su historia. Un país capaz de acordar desde la nada un andamiaje institucional casi perfecto. Un pueblo trabajador, solidario y amoroso. Una nación que lejos de alzar demonios en el mundo, salía a combatirlos.
Se nos olvida, y con razón, Estados Unidos se convirtió en un monstruo voraz que veía en el mundo algo explotable o simplemente ignorable.
Pues bien, veo en la candidatura de Obama el retorno a un país que yo, mexicano nacido en los setentas, no alcancé a ver, pero que junto con el resto del planeta, añoro profundamente.
Un país que se encuentra en el mundo, que se parece al mundo.
Una nación que entiende que no se puede proteger a las minorías sin contener a las mayorías. Que no opone el crecimiento económico al bienestar de los pobres. Que busca en el diálogo diplomático lo que claramente no ha podido obtener con el látigo.
Me conmueve ver que un hombre negro de 46 años sea el candidato de la izquierda estadounidense, hijo de un keniano y una mujer blanca de Kansas, nacido en Hawai, criado en Indonesia, y educado en las mejores universidades.
Me mueve también su discurso, preciso y blando. Un hombre que le habla exacto a su tiempo. Que cree en el poder de la voz y la ofrece sin ornatos, sin gritos, con las palabras justas para mover un mundo por una sola idea: podemos ser mejores.
Pero lo que verdaderamente me tocó de la campaña, no fue Obama, fueron los millones de demócratas que contra todo pronóstico, salieron a votar por él. Creyeron que podían creer, y no de otra cosa se hace la historia.
Blancos, jóvenes, negros, hombres, educados, mujeres, viejos; a Obama le dio la candidatura la mezcla más diversa de ciudadanos de todas las primarias.
Votantes que piden lo básico. Terminar con una guerra burda y costosa. Acceder universalmente a cuidados médicos. Dar las mismas oportunidades educativas a todos los niños. Sacudir de Washington el poder excesivo de corporaciones y cabilderos.
Votantes que no creyeron que la política sea la capacidad de ser cínicos sin generar costos; ni que ganar elecciones sea una repetición nauseabunda de slogans y frases pre-cocidas.
Lo que estamos viendo no se limita a un candidato negro, es el nacimiento de un electorado distinto: beligerante y tolerante. De nuevo, la historia.
No podemos saber si Obama será el siguiente presidente de Estados Unidos. Tampoco sabemos si, de serlo, se convertirá en un presidente a la altura de su candidatura. Pero eso hoy no importa. Hoy es un día para la historia.
Me alegra que después de 232 años de presentarle al mundo lo que una democracia moderna debe ser, después de 145 años de la abolición de la esclavitud, después de 42 años del Acta de Derechos Civiles, Estados Unidos tenga finalmente un candidato negro contendiendo con posibilidades serias de ganar la presidencia.
Estados Unidos, se nos olvida, le ha regalado al mundo su historia. Un país capaz de acordar desde la nada un andamiaje institucional casi perfecto. Un pueblo trabajador, solidario y amoroso. Una nación que lejos de alzar demonios en el mundo, salía a combatirlos.
Se nos olvida, y con razón, Estados Unidos se convirtió en un monstruo voraz que veía en el mundo algo explotable o simplemente ignorable.
Pues bien, veo en la candidatura de Obama el retorno a un país que yo, mexicano nacido en los setentas, no alcancé a ver, pero que junto con el resto del planeta, añoro profundamente.
Un país que se encuentra en el mundo, que se parece al mundo.
Una nación que entiende que no se puede proteger a las minorías sin contener a las mayorías. Que no opone el crecimiento económico al bienestar de los pobres. Que busca en el diálogo diplomático lo que claramente no ha podido obtener con el látigo.
Me conmueve ver que un hombre negro de 46 años sea el candidato de la izquierda estadounidense, hijo de un keniano y una mujer blanca de Kansas, nacido en Hawai, criado en Indonesia, y educado en las mejores universidades.
Me mueve también su discurso, preciso y blando. Un hombre que le habla exacto a su tiempo. Que cree en el poder de la voz y la ofrece sin ornatos, sin gritos, con las palabras justas para mover un mundo por una sola idea: podemos ser mejores.
Pero lo que verdaderamente me tocó de la campaña, no fue Obama, fueron los millones de demócratas que contra todo pronóstico, salieron a votar por él. Creyeron que podían creer, y no de otra cosa se hace la historia.
Blancos, jóvenes, negros, hombres, educados, mujeres, viejos; a Obama le dio la candidatura la mezcla más diversa de ciudadanos de todas las primarias.
Votantes que piden lo básico. Terminar con una guerra burda y costosa. Acceder universalmente a cuidados médicos. Dar las mismas oportunidades educativas a todos los niños. Sacudir de Washington el poder excesivo de corporaciones y cabilderos.
Votantes que no creyeron que la política sea la capacidad de ser cínicos sin generar costos; ni que ganar elecciones sea una repetición nauseabunda de slogans y frases pre-cocidas.
Lo que estamos viendo no se limita a un candidato negro, es el nacimiento de un electorado distinto: beligerante y tolerante. De nuevo, la historia.
No podemos saber si Obama será el siguiente presidente de Estados Unidos. Tampoco sabemos si, de serlo, se convertirá en un presidente a la altura de su candidatura. Pero eso hoy no importa. Hoy es un día para la historia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario