Me declaro incompleto. No ha importado nada, ni sonrisas y abrazos, ni libros y conquistas. Estoy incompleto y lo que es peor, busco mi completitud desesperado, dejando a los demás que me adivinen y cubran mis huecos. Fallan, se los reprocho y los abandono.
Me declaro beligerante. Encuentro en el conflicto una forma de sentirme vivo. La baratéz del dolor, tan a la mano. Quizás porque busco el abandono de los demás como una forma de esculpirme aún más soberbio. Quizás porque busco en la tolerancia de los demás una prueba innegable de afecto y lealtad.
Me declaro insensato. Prefiero la certidumbre del mal sobre la incertidumbre del bien. Porque soy incapaz de reconocer el bien y disfrutarlo. Quiero probar estar en lo correcto, porque creo que no merezco contentos y convierto la creencia en una profecía autocumplida.
Me declaro artífice. Armo trampas en las que busco que los demás caigan, para probarme sus debilidades, y si las esquivan, entonces, lejos de sentirme cierto, comienzo de inmediato a planear las siguientes, hasta verlos atrapados y entonces convencerme de que en efecto, estaban destinados a quedar presos y darme la media vuelta.
Me declaro falso. Simulo ofrecer emociones que no son otra cosa que argumentos. No soy incapaz de querer, son incapaz de revelarlo sin ediciones y ornatos. Me muestro como una criatura transparente y amorosa, y sacrifico la transparencia para mostrar un amor oblicuo que me permite dar sin darme.
Me declaro niño. Busco un abrazo que me proteja y al que pueda morder, sin que se retire jamás de mi cuerpo. Azoto puertas sólo en espera de que vengan a tocar y entonces, lleno de benevolencia, decida abrirlas y crecerme de un perdón que ni doy, ni tiene sentido.
Me declaro soberbio. Puedo quedarme quieto negándome una verdad, sabiendo que me niego una verdad, y dejar la piel en persuadir al mundo de que la nueva entelequia que recién acabo de crear es, sin duda, la verdad, sólo la verdad, y nada más que la verdad.
Me declaro ciego. La alegría puede bailarme frente a los ojos, pero me obligo a verla borrosa, fuera de foco, porque me parecen mucho más apreciables los infinitos fantasmas que puedo imponerle detrás, esos sí, nítidos y negados a cualquier baile.
Me declaro torpe. Cavo pésimos hoyos para esconderme y fuerzo al cuerpo a caber, y aunque queden mitades fuera, me quedo quieto, seguro de que quien desde afuera me busque no podrá ver ni rastro de mí, implorando, de nuevo torpe, que me encuentren y me obliguen a caminar.
Me declaro listo para dejar de ser incompleto, beligerante, insensato, artífice, falso, niño, soberbio, ciego y torpe. Porque es profundamente aburrido, porque ha hecho de mi cara una mueca, porque me quiero multiplicar por dos, porque un paseo que no es completo, armonioso, espontáneo, honesto, prudente, sencillo, visible y arriesgado; es un paseo que no merece tomarse.
¿Vamos?