“… la insolencia de la civilización que quiere ser consciente de sí misma y mientras tanto se destruye”
Roberto Calasso
Ya sabemos algunas de las facciones que definirán el rostro del 2008, las preguntas y las medias respuestas dejadas por el 2007. Decíamos la semana pasada que el 2007 fue un año entre paréntesis y que el 2008 vendría, por fuerza, a cerrar paréntesis y nombrar al mundo. Pecamos de soberbia u optimismo, quizás.
Sabemos al menos que el 2008 revelará al próximo Presidente del Estado más poderoso de la tierra y será un rostro femenino, o con suerte, uno negro. Como interrogantes quedarán el TLCAN que todos los candidatos estadounidenses prometen revisar, y el tema migratorio que todos los candidatos procuran evadir. Como interrogantes quedarán también Irak y Afganistán hasta el 2009.
Habrá igualmente paréntesis que darán posiblemente paso a respuestas categóricas. El desgarrado retorno de Pakistán a la democracia después del cobarde asesinato de su símbolo: Benazir Bhutto. El proceso de diálogo entre Israel y el gobierno de algo que difícilmente podemos llamar Palestina. La estabilización de la democracia venezolana que permanece, regalo del
Pero detrás de los paréntesis y los signos de interrogación un gran paréntesis y una gran interrogación: ¿Qué mundo es este? ¿Qué nombre darle? Nombrar las cosas es apropiárselas y entenderlas. Casi 20 años después de la caída del bloque soviético seguimos sin entender a cabalidad el momento. Democracia y comercio parecieran ser sus signos más visibles (e irreversibles); sí, globalización de bienes, ciudadanos, información y hasta deseos. Pero esos son, todos, atributos claros de la modernidad, del siglo XIX al XX, de un mundo que se entiende en el mañana, la producción y el desarrollo, un camino único hacia el futuro: avanzar.
No basta. Tampoco bastan ya las categorías del poder mundial, ni unipolar un multipolar, ni Estados Unidos decide a solas sobre el mundo ni a los organismos multilaterales les han salido dientes. ¿Decidir sobre qué? ¿Los temas globales o los fines locales? ¿La pobreza, el medio ambiente, las fuentes de energía, los procesos migratorios, la expansión de las formas democráticas de gobierno, la desigualdad social, el crecimiento económico, la neutralización de los ‘enemigos’ de la paz?
No somos modernos por que ya no nos mueve sólo el progreso, tampoco hemos sido posmodernos por que nunca nos ha movido sólo el placer o la voluntad de vivirlo. Ya no encontramos en la revolución el camino a la justicia, pero tampoco creemos a ciegas en las bondades de un mercado que se niega a gotear riquezas. ¿Creemos aún en el Estado? Me atrevo a decir que sí, por que somos amantes de la libertad y sólo en el Estado somos, irónicamente, libres. Una libertad, se entiende, entre iguales.
¿Estamos cambiando o regresando? ¿Vivimos un retorno sin revuelta o revolución? Es posible, estamos fatigados de utopías y los monstruos burocráticos que parieron. Decía Octavio Paz que “las utopías son los sueños de la razón”, debiéramos quizás regresar a la razón antes de las utopías. Una razón pre-platónica en la que bien y necesidad, razón y pasión, se dan la mano sin calambres. En donde podamos ubicar, sin incomodidades, a la fraternidad entre libertad e igualdad. ¿No es eso lo que pedimos a murmullos y gritos al Estado?
Marshall Bergman nombró a los siglos XIX y XX como la era de Fausto, obsesionada sólo por el progreso; otros como Gilles Lipovetsky nombraron la segunda mitad del XX como la era de Narciso, hedonista solitario angustiado sólo por el Yo y su perfección; ¿Habremos nosotros llegado a la era de Gea? Madre tierra que, contrario a la diosa griega, se descubre mortal y precisa a sus hijos a darle vida. ¿Será ese el nombre que dará el 2008 al mundo?
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