19.9.07

Democracia y Medios (Excelsior, 190907)



Libertad e igualdad, he ahí los dos fines centrales de la política en permanente tensión y equilibrio; aunque claro, entre libertad e igualdad median varios puentes: la fraternidad (proponía Octavio Paz), la justicia (escribía John Rawls) y la equidad (implicaban ambos).

Las elecciones democráticas, al ser por definición procesos competitivos no son ajenas a este dilema. El debate es claro, por un lado garantizar la equidad en la competencia sin que deje de ser eso, una competencia; por el otro lado garantizar el derecho a la información de los electores para formar y manifestar sus preferencias. En las democracias contemporáneas, ambas garantías pasan forzosamente por la regulación del vínculo entre medios de comunicación y partidos políticos; esto es, por la definición de las reglas de acceso a espacios mediáticos.

Un vistazo a las democracias en el mundo nos permite identificar dos modelos prototípicos. Por un lado, el libre acceso de los partidos políticos mediante la compra privada e ilimitada de tiempo aire. Este es el caso en Estados Unidos, en donde los pre-candidatos y candidatos enfrentan pocas restricciones en la recaudación de fondos privados y nulas restricciones en la compra de medios. Al otro extremo se encuentran las democracias que prohíben la compra de tiempo aire por parte de candidatos y/o partidos, y distribuyen en cambio, mediante fórmulas igualitarias o proporcionales, un monto fijo de tiempo en medios electrónicos públicos y/o privados. Este es el caso en todas las democracias consolidadas en Europa, con excepción de Italia y Portugal; así como en Chile y Brasil en nuestra región.

Defender el modelo estadounidense es defender una concepción de competencia que se basa en la libertad de candidatos y partidos para hacerse por sí mismos de capacidades; y que hace de la competencia por el dinero y el tiempo aire un elemento central de la competencia por los votos. Así, donadores de dinero y medios de comunicación adquieren un papel estratégico y político central. Defender el modelo europeo es defender una concepción de competencia que se basa en la equidad de capacidades entre candidatos y partidos, que no encuentra libertad posible ahí donde la dotación de capacidades es desigual. Así, se despoja a donadores y medios de protagonismo político.

¿Cuál modelo es mejor? La respuesta inevitable es: depende. En primer lugar, depende del resto del andamiaje institucional y electoral; esto es, del número y tipo de partidos políticos. Un sistema mayoritario como el estadounidense, con sólo dos partidos políticos, y ubicados cerca del centro del espectro ideológico facilita irónicamente una competencia más equitativa y transparente por recursos y tiempo aire. Por el contrario, un sistema no mayoritario, con más de dos partidos políticos distanciados ideológicamente, haría del modelo ‘estadounidense’ una opción inevitablemente inequitativa, dando además a los medios un papel central en dicha inequidad.

Pero hay otro elemento central que hasta ahora ha sido ignorado en el debate mexicano: el mercado mediático. En el caso de Estados Unidos hablamos de un mercado televisivo competitivo, con al menos 4 corporaciones televisivas nacionales y 78% de hogares con acceso a televisión por cable o satelital. La competencia en el mercado mediático en Estados Unidos posibilita una competencia más transparente y equilibrada de los partidos por espacios mediáticos.

El contraste con México es evidente, en el encuentro perverso entre el oligopolio mediático y el monopsonio partidista, la reforma electoral resuelve al menos lo segundo. En efecto, la reforma es criticable, por lo que tiene (contraloría interna en el IFE, regulación de campañas negativas, y negación de candidaturas independientes) y sobre todo, por lo que no tiene. Pero si algo evidenció el debate sobre la reforma es la urgencia de modificar el mercado televisivo, tanto o más que el de los partidos.

12.9.07

Los números de la gira (Excelsior 120907)

No cabe duda, en México las voces del ostracismo sobreviven necias. La gira del presidente Felipe Calderón a Nueva Zelanda, Australia e India fue criticada por algunos editorialistas como un descuido a la política interior y como un viaje innecesario dado el poco comercio exterior que mantenemos con algunas naciones asiáticas. Hay dos supuestos erróneos aquí. En primer lugar, creer que la política interior, y los procesos legislativos en particular, se resuelven más efectivamente si el presidente se encuentra inamovible en su escritorio. En segundo lugar, creer que la política exterior se reduce al cuidado de las relaciones con nuestros principales socios comerciales.

Si hiciéramos caso a estos supuestos, el presidente mexicano debería mudarse a San Lázaro y limitar sus visitas exteriores a Estados Unidos. Síntomas de dos vicios mexicanos: pensar que el poder político existe sólo como manifestación física y que nuestra presencia internacional sólo tiene signos de dólares. Se olvidan –o ignoran- la complejidad de los vínculos entre poderes en los regímenes presidenciales democráticos, del valor de la diplomacia como recurso de poder en la arena internacional, y sobre todo, del vínculo entre ambos.

La APEC (Cooperación Económica del Asia-Pacífico) es un foro multilateral compuesto por 21 países de la cuenca del océano pacífico en Asia y América. En términos económicos la APEC equivale a más del 50% de la economía mundial y el comercio global. Asimismo, la APEC incluye a 3 de los 5 miembros del Consejo de Seguridad de la ONU: Rusia, Estados Unidos y China. La presencia mexicana en la APEC tiene una evidente relevancia económica y política.

Por su parte, India se ha convertido en 15 años en un gigante económico, una de los países con crecimiento más elevado, y un actor clave en los encuentros multilaterales de la Organización Mundial de Comercio y el Grupo de los 8. India, junto con China y México, forma parte de reducido grupo de 5 países en desarrollo con un peso global, que incluye también a Brasil y Sudáfrica. Es verdaderamente innecesario argumentar a favor de la importancia estratégica de la gira presidencial: “lo que se ve no se juzga”.

Ahora bien, en términos económicos nuestro comercio con los países de la APEC (excluyendo a Canadá y Estados Unidos) ha crecido en un 441% entre 1998 y 2006, y con India en un 703%. Como muestra la gráfica, el crecimiento en la relación comercial de México con China (1517%), Corea del Sur (586%), Japón (314%), Malasia (523%), Taiwán (343%) e India (703%) no ha sido menor.

Es cierto, en todos los casos mantenemos un balance comercial negativo, dado que el 94% del de nuestras exportaciones a estos países se dirigen a Estados Unidos. Pero también es cierto que en 2006 el monto de nuestras exportaciones al resto de países de la APEC e India sumó casi 13 mil millones de dólares, una cifra muy superior a los 755 millones de dólares que exportamos a la Unión Europea en el mismo año.

En suma, el valor estratégico y comercial de la APEC e India para México es incuestionable. Negarlo es ser ciego, y ya se sabe, no hay peor ciego que el que no quiere ver. Como quien no ve en la política exterior y la política interior dos caminos concurrentes.

5.9.07

Andrea y la Democracia (Excelsior, 050907)


La cadena de televisión estadounidense CBS lanzará el próximo 19 de septiembre un nuevo reality show llamado Kid Nation, algo así como el país de los niños. El formato del programa es simple, 40 niños de entre 8 y 15 años provenientes de todo el país, vivirán solos por 40 días en Bonanza City, un pueblo fantasma de Nuevo México.

La referencia obvia es aquella perturbadora novela del premio nobel William Golding publicada en 1954, El Señor de las Moscas, en la que un grupo de niños de entre 6 y 12 años naufragan en una isla desierta, y que en búsqueda de la sobrevivencia colectiva encontraron el dominio de los más fuertes, la dictadura de las individualidades, la violencia y la intolerancia: la barbarie.

El programa de la CBS es inevitablemente político (y perturbador), pero dista de la anarquía de la obra de Golding. El experimento de Kid Nation nace como una democracia en la que mediante un comité de 4 niños se gobiernan las políticas locales y por supuesto, como en toda democracia, las tensiones de clase (por aquello de la división del trabajo) son evidentes y las tentaciones autocráticas están siempre latentes.

Pero más allá del desarrollo del programa es alucinante leer los testimoniales de los niños y niñas participantes, a los que se les aplicó una batería de preguntas sobre cuestiones enteramente políticas. La gran mayoría de estos 40 niños nacidos entre 1992 y 1999 tienen dos temas centrales de consternación: el deterioro ambiental y la desigualdad. Rechazan claramente la guerra en Irak y el desempeño del Presidente Bush y encuentran en el tema migratorio un punto de polarización.

Y uno se pregunta, ¿qué dirían niños mexicanos en un experimento similar? Aquí es inevitable ponerse personal. Porque uno no puede pensar en la democracia mexicana sin pensar en los últimos ¿7 años? ¿10 años? ¿13 años? Vamos, sin pensar en la historia reciente. Y no, uno no puede pensar en la historia reciente sin ponerse vivencial. Pienso en 1994, pienso hoy, en 2007, y pienso en el ineludible 2012.

En 1994 México saltó, cayó, se sacudió y anduvo mermado hacia la democracia. Yo iniciaba mi licenciatura en el CIDE, nació mi sobrina Andrea, y yo era incapaz de entender a cabalidad el momento histórico. Entre el alzamiento en Chiapas, el asesinato de Colosio y los Acuerdos de Barcelona perdimos perspectiva. Era el inicio formal de la vida democrática en México: los arreglos formales entre partidos, la primera elección limpia en más de 82 años, y la consolidación de IFE como un organismo autónomo y ciudadano para organizar y vigilar las elecciones.

En 2007 Andrea, aquella sobrina nacida en 1994 tiene 13 años y su percepción de la democracia mexicana es contundente: la elección periódica entre 3 partidos que no le generan ninguna simpatía y la relación ruidosa y estéril entre el legislativo y el ejecutivo. Yo no sé qué decirle. Le cuento que nos vimos forzados a fortalecer en exceso a los partidos para darle viabilidad a la democracia procedimental en México, que gracias a eso pudo haber alternancia en el 2000, que en efecto, los partidos políticos han pasado de ser los hijos mimados de la democracia a ser sus ogros, que el vínculo entre ciudadanos y representantes es nulo. En fin, que la democracia mexicana tiene su edad y que como ella no tiene un cuerpo definido, que crece por partes y con un dolor inevitable en las coyunturas.

Le digo todo eso y es claro que ni la convenzo ni me lo creo yo del todo. Pero sigo creyendo en el espacio de lo posible. En la posibilidad de que en el 2012, cuando Andrea vote por primera vez exista al menos la reelección legislativa, y ese su primer voto sea dirigido a un representante que le rinda cuentas, cuya carrera política dependa de su desempeño y la evaluación de sus representados, y no del mandato y la cartera de un partido político fosilizado. En fin, que junto con ella, la democracia mexicana alcance su mayoría de edad.