Al tiempo que América Latina tiene por primera vez en su historia un claro perfil democrático, leemos los resultados de encuestas en las que se nos dice que los ciudadanos no encuentran en la democracia un régimen que resuelva necesidades cotidianas, que derive en crecimiento económico, en suma, que incremente el ingreso de sus habitantes. La conclusión inmediata es una sospecha: los ciudadanos añoran regímenes autoritarios en los que a falta de democracia se proveía al menos de crecimiento.
¿Existe alguna relación entre el régimen político y el desempeño económico de los países? Existen argumentos en ambos sentidos. Por una parte, se ha dicho que los países autoritarios crecen más porque tienen mayor capacidad de movilizar sus recursos productivos, mientras que las democracias son más vulnerables a las presiones distributivas de su población. Por el otro lado, se ha dicho lo opuesto, que las democracias crecen más que las autocracias porque tienen mayor necesidad de proveer bienes públicos y mayor credibilidad para comprometerse a seguir políticas macroeconómicas disciplinadas.
Los ejemplos para ambas posiciones abundan. Taiwán, Corea del Sur, Malasia, Singapur y China son economías que crecieron extraordinariamente bajo regímenes autoritarios. Por otra parte, España, Grecia, Portugal, Irlanda y los países escandinavos son economías que crecieron dramáticamente bajo sistemas democráticos. ¿Entonces? Adam Przeworki nos dice que en efecto, no existe una relación entre democracia y crecimiento. Las democracias no crecen más que los regímenes autoritarios, pero ambos sistemas crecen de manera diferente. Las democracias son más productivas en el uso del capital, mientras que las autocracias son más productivas en el uso del trabajo.
Ahora bien, no hay diferencias en crecimiento promedio pero sí hay diferencias en los rangos de desempeño. El premio Nobel de economía Amartya Sen no dice que mientras las democracias se parecen más entre sí en términos de crecimiento, la experiencia de los regímenes autoritarios es muy diversa. La conclusión de Sen es simple: la democracia es un seguro contra desastres económicos, no ha habido en toda la historia una sola democracia con hambruna.
Por su parte, Przeworski concluye algo similar pero en dirección opuesta. Los países que crecen más y se vuelven en consecuencia más ricos no transitan hacia la democracia, pero la riqueza sí afecta las posibilidades de sobrevivencia de las democracias. La conclusión de Przeworski es rotunda: la riqueza es un seguro contra desastres políticos, no ha habido una sola democracia que deje de serlo con un PIB per cápita por arriba de los 6,050 dólares reales (el PIB per cápita de Argentina en 1976).
Así, la democracia no implica crecimiento, ni el crecimiento implica democracia, pero ambos se protegen mutuamente. Democracia y desarrollo son fines deseables, en conjunto. Podemos afirmar sin recato que independientemente del desarrollo, la democracia es un bien, el único régimen que garantiza derechos y libertades individuales y coloca al Estado en una relación de dependencia política respecto a todos sus ciudadanos. En cambio, ¿Podemos afirmar sin reparos que independientemente del régimen político, el desarrollo es un bien? De qué vale crecer si no se acompaña de la libertad para ejercer todas las potencialidades individuales. El reto de las democracias latinoamericanas es doble: generar políticas de crecimiento equitativo con las herramientas políticas de la democracia y romper el vínculo que asocia fracasos económicos con fracasos democráticos.
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