Bastaría poco.
Lo sabe.
Bastaría pedir y esperar quieto a que una boca se abra y entrar sin dudas.
Bastaría también acercarse y dejar las 11 de la noche de lado.
Ni pide ni se acerca.
Está aferrado a la hora, quiere fijarse en ese instante como quien ni pide ni se acerca.
Ni.
Está furioso.
Nadie pide ni se acerca tampoco.
Es demasiado.
Dos bloques rígidos fijados a las 11 de la noche que nada contienen entre sí.
Formando, curiosamente, dos líneas paralelas, dos unos que siendo las 11 de la noche, no suman.
Alineados el uno al lado del otro (uno), forman un absurdo.
Puede ser, se sabe, un once, puede ser también una queja.
Entonces rompe la hora.
Uno camina silencioso a la puerta.
Si dos unos terminan en once, por ser irremediablemente unos que no se encaraman, entonces habrá que dibujar un dos a solas.
Dar un abrazo al otro (uno) a distancia. Callar y alejarse para pensar en dos.
Que dos siempre promete y comprar posibilidades es oficio de unos.
También lanzarlas al cero.
Nada como flotar redondo y hueco.
Regresar vacío a abrazar al otro (uno) y entonces si, olvidar las 11, y el once, y el uno, y todas sus putas combinaciones.
Dos.
8.7.08
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