6.4.09

Vorágine

Sobre todo duele.
Aunque la última vez que lo vi dudé por primera vez, siempre me pareció ridículo que Christian Gaudí pudiera ser vencido por una enfermedad, me parecía realmente un sinsentido, otra cosa que se acumula en las 'cosas que no pasan', como que te chelas toda la noche en un antro o que tu casero te diga un mes, "éste va por nuestra cuenta".
Christian se me apareció en octubre del 2007 y se me convirtió en criatura indispensable. Le debo palabras, calles, muchas risas, un par de enojos, una revolución. La ciudad que viviré en lo que me reste le deberá a él varios de sus sentidos y sus colores. Él me la re-presentó. Siempre le hacía el chistín que a él, como a ciertas mujeres terribles de la literatura, no lo conocías, lo adquirías (como enfermedad, no como objeto): 'me está dando Gaudí' le gritaba, y él, estando en el centro del momento, se crecía a risas.
Christian era mi amigo. Mio.
Lo vi por primera vez en las escalinatas de Bellas Artes, llegó con un abrigo cuquísimo y el pelo alborotado, creo que le sonreí antes de decirle hola. Despertaba ese tipo de reacciones. En mi casa, mientras escuchábamos un disco de Rita Pavonne, que claramente le desagradó, me contaba lo molesto que le resultaba ser admirado por todos su amigos por ser un escritor tan prometedor y soltaba una carcajada que me decía, "sabes que miento, pero soy encantador".
Sí, mentía y era encantador.
Nos regalamos unos meses de complicidad. Fue temporada exacta. Salíamos solos, platicábamos y fumábamos impulsivos, íbamos al cine (mucho cine), chupábamos en el Internet o en el Cabaretito hasta la incoherencia, y rematábamos en unos tacos.
Un día sí y otro no, para guardar las formas. El resto del tiempo recapitulábamos en el messenger, 'gloriboxp says...'
Y era el libro que leía, alguna pelea con algún prójimo, lo poco que le importaba ir a clases pero lo mucho que le importaba su clase de filología, sus ideas para decorar el 'cuarto de drogas' en su departamento de Victoria, lo desordenado que podía ser Víctor Altamirano y las pocas veces que llevaba su ropa a la lavandería, y de inmediato un "comemos juntos? quieres?"...
Aunque Christian ofrecía infinitas versiones de si mismo a los demás, era fiel y generoso a su naturaleza.
Su cara se convertía en un niño de 12 años implacable cuando le pedía que manejara La Carmela (mi camionetón), comía con un entusiasmo envidiable y despertarlo en la mañana era un suplicio que se alargaba más de 20 minutos.
Era un volado.
Te decía 'wapo' y te dejaba al minuto siguiente un aguijón en la espalda, se reía con la boca totalmente abierta y remataba con una queja amarga sobre un edificio de la ciudad, se quedaba en silencio unos segundos y luego afirmaba convencido, "ay creo que ya no quiero escribir güey, ya me repito".
"Ay Merino, es que tú no me tienes ni tantita paciencia", me decía cada vez que lo cuestionaba, yo veía a un amigo que se quedaría en mi vida por largos años y al que en realidad le toleraría casi todo. Él lo sabía.
Christian era una vorágine y con ese nombre permanece en mi teléfono.
Amaba escucharlo lleno de una idea, hablaba con total convicción sobre un proyecto, no había espacio para dudas, ahí estaba su pasión, yo amaba creerle y pensar 'este tipo es capaz de cualquier cosa que se proponga'.
Lo era, sólo se aburría de un mismo propósito a la vez.
No importaba, siempre quize hacer cosas con él. Escribió dos textos redondos para una edición especial que saldría en El Centro cuando Fidel Castro muriera (muy mal chiste). Los publicaré cuando Fidel muera a nombre de Vorágine.
También para el Centro me regaló dos textos inéditos, uno lo re-editó hace muy poco bajo el nombre de Ciudad Mutante, el otro, titulado "Eco en los muros" está apenas publicado en eldefe.com.
La última vez que lo vi fuera del hospital grabamos un piloto para la versión radio de eldefe.com, en el que defendió a capa y espada a algunos diseñadores del mundillo de la moda en la ciudad, enfundado en un chaleco militar fashion. Nunca se lo dije, pero me alegraba mucho que aún en los peores momentos de su enfermedad siguiera siendo esa criatura insolente y soberbia, ¡una pinche fortaleza! (jamás una fortaleza pinche).
Para la loncheria.com le pedí una columna de socialité, que teníamos pensada originalmente para El Centro, a él meterse en el personaje le generaba un brillo maligno en los ojos, "sí güey, a hüevo, perrear mucho, ¿va?"
Va Christian.
Va porque no puedo entender que no estés. Va porque quiero seguir hablando de cositas contigo. Va por estas banquetas que, como le dije alguna vez a Víctor, sin ti serían un poco absurdas. Va porque quiero cantar contigo canciones de Gloria Trevi o Laura Pausini otra vez, muchas veces. Va seguir con aquellas lecciones de cumbia que te empecé a dar en El Viena. Va porque me seguiré sentando a comer en el Café Trevi y el lugar es tuyo. Va porque iré a Mexcaltitán y será exactamente como lo planeamos.
Va Christian, todo va.





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